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sábado, 2 de agosto de 2025

No me funciona la "o"


Entiendo que, en estas fechas, todo o casi todo el mundo busque la desconexión.
Hacer algo distinto a lo habitual, salir de la monotonía. No cumplir horarios, dejar el estrés y las responsabilidades a un lado.
Aunque, eres consciente ¿verdad?.
Salimos de una vorágine para entrar a otra. La de llegar a todo, bajar a la playa pronto para coger sitio, ir a ese restaurante de moda que estará hasta arriba y no podrás reservar, hacernos la foto en el acantilado más fantástico del mundo aun a riesgo de nuestra propia integridad, pero rápido, que hay mucha gente esperando para la misma foto.
Tal vez, viajar a un país desconocido y exótico para sufrir la venganza de Moctezuma o visitar a esos amigos que tienen una casita cerca de la montaña o el mar y que están "deseando" verte o no.
Leer a la sombra de la higuera el primer párrafo de la última novela premiada y despertarte tres horas más tarde con la babilla reseca en la comisura de los labios y sudando cm un pollo.
Corre, ducha, cambio de ropa, ponte de blanco, de verano y a lucir bronceado.
Incluso, al mejor estilo veraniego, puede que suja el amor; ese amor de verano ¿recuerdas?.
Romper las reglas.
Vale. Hasta aquí, lo de siempre, lo de todos los veranos de aquellos que tienen "posibles" para poder ir de vacaciones.
Tal vez, otros, disfruten de la monotonía. 
De ese ordenador portátil al que ha dejado de funcionarle la letra "o", tan redonda, tan bonita y tan abundante.
Esas agujas de pino, que caen constantemente al suelo del jardín y que para sentirse mejor recoge todos los días con un rastrillo de dientes largos y suaves, llamándolo ejercicio de baja intensidad. Kilos y kilos de pinaza, que como si fueran parte de una terapia, hacen que la mente no trabaje y la frente se perle de sudor.
Pensar en que comemos hoy, ir a comprar ingredientes, preparar una receta que sabes que les gustará. Dar una larga caminata escuchando música o mirar las hojas de los arboles y escuchar el sonido de sus hojas contra el viento. 
Ese viento, hará caer más pinaza, lo sabes ¿verdad?
Mientras, Donald (el pato no, el otro) manda dos submarinos nucleares (de vacaciones) cerca de las costas rusas. Rusia, sigue bombardeando Ucrania. El Nuevo Orden Mundial, se basará en aranceles.
Europa, lanza ayuda desde el cielo de Gaza, que es como intentar acertar el tiro con una escopeta en una barraca de feria. Ya hemos quedado bien ¿no?.
¡Vaya! ¡Que horas!
Tengo la pinaza, por recoger; varios carpaccios de higos por preparar. Ir a por tomates que tengo burratas en la nevera. Y estoy viendo que andan colocando bolas de esas de discoteca en el jardín.
Isi, se ha lastimado la cola y con el vendaje parece un micrófono.
El verano, aquí, es así.
Animo y suerte.
*Pdta.: Este texto contiene 202 oes. Imagina el estrés generado.

viernes, 1 de agosto de 2025

¿Una cerveza?


Ayer, sentado en un velador (siempre he llamado así a las mesitas que los establecimientos hosteleros ponen en la acera), con el cuello dolorido por ese gran deporte que es mirar, veía ancianas con ropas de vivos colores, parejas jóvenes con criaturas en carrito, recién llegados de rostros y pantorrillas blanquecinas paseando perros con un gran parecido a sus dueños, excepto en el tono de piel.
Miraba y, como hago en muchas ocasiones, imaginaba vidas, nombres, profesiones, de donde venían o si eran residentes.
La avenida principal está siempre muy concurrida y, a partir de que el sol baja, la afluencia a terrazas, veladores y restaurantes, crece hora a hora.
Para descansar mis hernias de disco, cerré los ojos y solo quedaron los sonidos.
En la mesa, a mi espalda, unos veraneantes hacían valoraciones algo absurdas sobre los chiringuitos de la playa, el precio del café con leche o lo ricos que estaban los calamares en un determinado bar. La voz cantante la lleva una mujer que parecía formar parte del equipo de Michelin y que en aquel momento tenía el objetivo de repartir estrellas y constelaciones a diestro y siniestro.
Un caballero, parado frente a mi mesa (supongo, ya que yo seguía con los ojos cerrados), preguntaba por la farmacia más cercana y otro le contestaba con el útil "no sé, no soy de aquí".
Un niño lloraba y un perro ladraba. La policía local, seguramente, pasearía con aire marcial, rozando el punto chulesco, con su máquina de poner multas en la mano, amonestando a todos los vehículos aparcados sobre la acera en la puerta de la farmacia.
Y por una ida de olla de esas mías, abrí los ojos y ya nada era igual.
El supermercado de enfrente era un montón de escombros. Cadáveres, sangre y una nube de polvo que llegaba hasta la puntera de mis zapatillas.
Un perro ladraba, con desconsuelo, al lado de los restos de su amo. Una señora con vestido rojo, ayudaba a un guardia y presionaba con su bolso una herida que salpicaba su ropa.
Un carrito de niño, humeante y vacío. Bajo un coche destrozado, se veían las pantorrillas blanquecinas de algún veraneante y al lado una máquina de poner multas.
El silencio se rompía por gemidos y lamentos. Giré la cabeza y de la repartidora de estrellas no quedaba nada.
El vello de mis brazos estaba erizado como si una energía estática tirara de él.
Cerré de nuevo los ojos ante tanto horror esperando que fuera una alucinación y que, al abrirlos de nuevo, todo volviera a la normalidad. A mi normalidad.
La mujer seguía con la queja del precio del café con leche y alabando los bollos. Los guardias paseaban entre los turistas con actitud de ordeno y mando. 
Una conocida, con vestido floreado, se disculpa por no habernos saludo en su vuelta anterior.
El señor que buscaba la farmacia, la encontró. El caballero con perrete, habla con la joven pareja con niño.
Mientras, Abir Al-Sahlani, nos recuerda que nuestra humanidad colectiva ha fallado.
Nuestra naturaleza humana, la sensibilidad, la compasión, ni están, ni se les espera.
Es agosto, puede que estén de vacaciones.
- Si, ponme otra cerveza
Animo y suerte.