Unas calles más arriba de mi casa hay aparcados varios camiones, grandes, inmensos.
Pienso si tal vez se abrirá la parte superior y aparecerán decenas de drones, manejados por pilotos desde Murcia o desde Vilanova i la Geltrú.
Miro todas esas ruedas, la cabina y la caja. Un camión de Troya.
Me cruzo con un señor malcarado que seguramente no ha dormido bien o simplemente tiene la cara así, de enfado, de no dar los buenos días o simplemente de sentirse Polaco liberal gobernado por la ultraderecha de más a la derecha.
Vuelvo al camión y recuerdo un autobús en el que viajé hace muchos años, no recuerdo el país ni a santo de que iba en él.
Era también un autobús de Troya, más que los camiones. Toda su carrocería estaba pintada como si fuera un dragón (creo que era un dragón, tal vez la imaginación mande más que el recuerdo).
Se abrirían las puertas y los ocupantes saldrían del estómago del dragón vestidos con ropas de colores, como si cada uno de aquellos trajes fuera una obra de arte y se echarían a volar. Drones en la guerra del arte. Cruzarían el océano y llamarían de puerta en puerta igual que si fueran “Testigos”, intentando comunicar la palabra de la belleza.
Mis zapatos llevan tonos verdosos y marrones, los pantalones mil rayas azules y una camisa amplia también azul, pero casi a juego con un cielo despejado. Llevo sombrero, es de color café natural, nada de torrefacto.
Tal vez podría formar parte de ese autobús dragón de Troya.
En los museos Smithsonian se ha revisado la historia. Todo lo que no le gusta a Donald (al pato no, al otro) se cambia, se borra.
Ese mismo tipo, prohibió un musical que cuenta la historia de un tiburón que sueña con ser un pez y tener escamas de purpurina (sí, purpurina).
Y yo soñando autobuses-dragones de Troya, cargados de humanos drones de colorines.
Mi piel está más oscura. No es por falta de higiene, son las largas caminatas y la exposición continuada al sol de invierno y primavera. Llega el verano, el tostado aumentará pero siempre con un toque rojizo, rosado. O sea, un cuadro.
La lavadora cumple su misión. En cuanto termine, volveré a mi caminata, a pensar que todo sería mejor con mayor tolerancia, con (me río) más libertad.
No, no es un problema de falta de libertad. Sigue siendo miedo, ignorancia, como decía mi añorado Bahuman, retrotopía; se perdió la idea de que las personas podríamos alcanzar la felicidad, se perdió la fe en cualquier utopía. Vamos a reconstruirnos modificando el pasado.
Miedo a los distintos, a los que no piensan igual. Miedo a aquellos pensamientos que por disruptivos creemos que nos acercan al abismo.
La tapa del camión se abre, espero drones armados con ganas de acabar con todo aquello que quiero, que valoro, que siento.
No. Son nubes que llevan escritas preguntas. ¡Que chulo!
¿Cuál es la fuerza que nos mantiene a flote contra la amargura o el hartazgo?
¿Cómo evitar la fatiga del ser, la melancolía del crepúsculo, cómo superar las grandes alegrías y las grandes tristezas?
¿Empezar de nuevo? ¿Reinventarse?
No oigo la lavadora.
Este último café era torrefacto, seguro.
Ánimo y suerte
* Imagen: Caballito de Troya - Artista: Eduardo Andriacci
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