martes, 3 de diciembre de 2019

Mi resplandor


Martes.
Ayer salí a caminar cuando hubo tiempo. Era ya de noche y hacía frío.
No llevaba música, no quería vacíar la cabeza a golpe de estrofa. Quería mirar. Quería mirar las luces de los coches atascados en su penúltimo semáforo. Mirar la gente, enfundada en gorros y mallas, caminando o corriendo a ninguna parte.
Ventanas que dejaban ver el resplandor de existencia.
Quería sentir el frío en la cara. La punta de los dedos, aun con guantes, se quedaba helada y forzaba a cerrar y abrir los puños.
Casi 3 km. de abstracción. De pronto, al llegar a un semáforo, volvieron todos en tropel.
Pedro y Pablo no consiguen llegar a acuerdos con Pere.
El portal de la Colau.
Cambio climático.
Almeida inventó la penicilina y Madrid Central.
Donald (el pato no, el otro) sigue con los aranceles.
Y yo. Tan cerca y tan lejos.
No dejo de moverme, mientras el muñeco rojo me mira desde el otro lado de la calle.
Verde.
Sigue, sigue.
Un poco más adelante, entre edificios, un hombre vive en una pequeña tienda de campaña rodeado de cartones y enseres. Los jardines, el antiguo colegio de las niñas (¿niñas?), la frutería de Justo, la carnicería. Ahí hubo, hace años, un videoclub.
La panadería, la farmacia.
Los dedos helados, las mejillas, la nariz. He conseguido echarlos a todos, de nuevo.
Poco más de una hora, sin nada, sin nadie.
Y yo, con ese resplandor.
Animo y suerte.
* Imagen: El resplandor. (Stanley Kubrick, 1980)

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