lunes, 25 de julio de 2022

Café con Bukowski



Mis gemelos, hoy, han dicho que es festivo y que va a ser que no.
Algo de bruma en el horizonte. Café.
Ya va quedando menos. La ropa de verano, la cocina, y pequeñas cosas que esperan su espacio en una caja. Le toca el turno a las cazuelas, sartenes y vajilla.
Se generan islas de bolsas por toda la casa. Bolsas grises, con pequeños atolones. Las verdes, grandes, muy grandes, parecen Canarias; desperdigadas, pero cercanas.
Allá Creta, Malta, Chipre. Madagascar, cerca de las herramientas y las cajas con tornillos y patas de vaya usted a saber que mueble.
La isla Gafa, contiene monturas de colores y cristales de graduación ascendente. Otra, un poco más allá, en medio del océano, espera su turno para ser bautizada.
En la terraza, los ficus, el olivo, los aguacates y el resto de árboles y plantas se alinean contra la pared, soñando con playas y mares que no llegarán a conocer.
Reviso las noticias y parece que el tiempo se ha detenido. Los incendios van amainando por aquí y creciendo por allá, y Villarejo sigue ahí, las guerras también. La de Rusia, la del cambio climático, la de la igualdad, la del petróleo, la del `solo si es si´.
Acaba el Tour y la natalidad desciende.
Hoy, debería llover. Mucho. Para que refresque el ambiente, la guerra, los incendios y tal vez así, la riada, se lleve tanta estupidez mental.
Que sí, que sí, que me alegro mucho de que estés disfrutando de tus vacaciones (anda que vaya fiebre de chiringuitos, cuerpos al sol y mares, montañas y tumbonas, tenéis), si por mi fuera, os regalaba a todos otro mes más.
Esta claro, hoy me falta un poco de Bukowski:
𝐄𝐬 𝐢𝐧𝐜𝐫𝐞𝐢́𝐛𝐥𝐞 𝐥𝐨 𝐪𝐮𝐞 𝐮𝐧 𝐡𝐨𝐦𝐛𝐫𝐞 𝐭𝐢𝐞𝐧𝐞 𝐪𝐮𝐞 𝐥𝐥𝐞𝐠𝐚𝐫 𝐚 𝐡𝐚𝐜𝐞𝐫 𝐬𝐨́𝐥𝐨 𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐩𝐨𝐝𝐞𝐫 𝐜𝐨𝐦𝐞𝐫, 𝐝𝐨𝐫𝐦𝐢𝐫 𝐲 𝐯𝐞𝐬𝐭𝐢𝐫𝐬𝐞
Puedes utilizar la frase como autoayuda, para tu crecimiento personal y eso... o directamente hacerte otro café y mirar al horizonte, intentando llegar al encefalograma plano.
Mira, ahora, me fumaría un pitillo.
Cuidaros.
Animo y suerte.

sábado, 23 de julio de 2022

12 km para comerse unos a otros



Tal vez no sea la mejor forma de empezar el día, pero a mi me vale.
Ver amanecer es un espectáculo, único e irrepetible.
Una caminata de terraza, de esas que dentro de unas semanas ya no podré dar (será por el paseo marítimo, que tampoco está mal). Isi a mi lado, yo voy, ella viene. Yo vuelvo, ella detrás.
Primero era solo un resplandor, y a los pocos minutos la bola roja en el tapete azul, hacía su aparición.
Un café, en movimiento. Arriba, abajo. Tengo que entrenar más, bajar los tiempos y llegar a los de hace unos meses. Sin prisa, pero sin pausa.
Isi, desde el baúl otea el horizonte. En mi oído, Calamaro y Tangana, me cuentan su juerga en Hong-Kong.

𝖳𝖾𝗇𝗀𝗈 𝗎𝗇𝖺 𝖿𝗅𝗈𝗋 𝖾𝗇 𝖾𝗅 𝖼𝗎𝗅𝗈
𝖸 𝗎𝗇 𝖼𝖺𝗆𝖾𝗅𝗅𝗈 𝖾𝗇 𝖧𝗈𝗇𝗀 𝖪𝗈𝗇𝗀
𝖳𝖾𝗇𝗀𝗈 𝗎𝗇 𝖼𝗈𝗁𝖾𝗍𝖾 𝖾𝗇 𝖾𝗅 𝗉𝖺𝗇𝗍𝖺𝗅𝗈́𝗇
𝖳𝖾𝗇𝗀𝗈 𝗎𝗇𝖺 𝖿𝗅𝗈𝗋 𝖾𝗇 𝖾𝗅 𝖼𝗎𝗅𝗈
𝖸 𝗎𝗇𝖺 𝗀𝖾𝗂𝗌𝗁𝖺 𝖾𝗇 𝖩𝖺𝗉𝗈́𝗇

Y claro, la juerga fue por desamor.

𝖳𝗎𝗌 𝖻𝖺𝗇𝖽𝖾𝗋𝗂𝗅𝗅𝖺𝗌 𝖾𝗇 𝖾𝗅 𝖼𝗈𝗋𝖺𝗓𝗈́𝗇

Las primeras gotas de sudor. Si, ya llevo 30 minutos. Ahora, Zenet, casi me obliga a mirar los balcones y ventanas del edificio de enfrente.

𝖤𝗇𝗍𝗋𝖾 𝗍𝗎 𝖻𝖺𝗅𝖼𝗈́𝗇 𝗒 𝗆𝗂 𝗏𝖾𝗇𝗍𝖺𝗇𝖺
𝖧𝖺𝗒 𝖽𝗈𝗌 𝗌𝖺𝗅𝗂𝖽𝖺𝗌 𝖽𝖾 𝗂𝗇𝖼𝖾𝗇𝖽𝗂𝗈
𝖢𝗎𝖺𝗇𝖽𝗈 𝗌𝖺𝗅𝖾𝗌 𝖺𝗅 𝖻𝖺𝗅𝖼𝗈́𝗇
𝖬𝖾 𝗌𝖺𝗅𝖾 𝖾𝗅 𝖼𝗈𝗋𝖺𝗓𝗈́𝗇
𝖢𝗎𝖺𝗇𝖽𝗈 𝗌𝖺𝗅𝖾𝗌 𝖺𝗅 𝖻𝖺𝗅𝖼𝗈́𝗇
𝖲𝖾 𝗆𝖾 𝗌𝖺𝗅𝖾 𝖾𝗅 𝖼𝗈𝗋𝖺𝗓𝗈́𝗇

Y ya que busco en las ventanas, como si fuera un sueño, todo se mezcla.

𝖣𝖾́𝗃𝖺𝗆𝖾 𝗉𝗋𝖾𝗌𝗎𝗆𝗂𝗋, 𝖽𝖾 𝗍𝗂 𝗎𝗇 𝗉𝗈𝗊𝗎𝗂𝗍𝗈,
𝖰𝗎𝖾 𝗆𝗂 𝗉𝗂𝖾𝗅 𝗌𝖾𝖺 𝖾𝗅 𝖿𝗈𝗋𝗋𝗈 𝖽𝖾 𝗍𝗎 𝗏𝖾𝗌𝗍𝗂𝖽𝗈,
𝖣𝖾́𝗃𝖺𝗆𝖾 𝗊𝗎𝖾 𝗍𝖾 𝖼𝗈𝗆𝖺 𝗌𝗈𝗅𝗈 𝖼𝗈𝗇 𝗅𝗈𝗌 𝗈𝗃𝗈𝗌,
𝖢𝗈𝗇 𝗅𝗈 𝗊𝗎𝖾 𝗆𝖾 𝗉𝗋𝗈𝗏𝗈𝖼𝖺𝗌 𝗒𝗈 𝗆𝖾 𝖼𝗈𝗇𝖿𝗈𝗋𝗆𝗈.

El forro de tu vestido. Que bonito, ¿verdad?
La camiseta esta mojada. El sol ya empieza a calentar. Casi una hora. Otro café. Seguimos.
Las canciones hablan de melancolía, de amores y desamores, de canibalismo sentimental. De labios y ojos que están vivos por el latido del corazón. Acelero el paso. Comerse unos a otros, con los ojos, con la mirada, comer.
Llamadas que no se producen, alguien echa de menos a alguien. Alguien no le hace ni puto caso a alguien. Y alguien se enamora hasta las trancas, de un color, de un olor, de una piel. Mientras yo sigo, sigo moviendo las piernas. Tendré que estirar o esta tarde agujetas.
He pasado los 10 km., un par más, ¡vamos!.
Bebo Valdés y El Cigala, hablan de recuerdos, pero marcan su falta de memoria.

𝖲𝖾 𝗆𝖾 𝗈𝗅𝗏𝗂𝖽𝗈́ 𝗊𝗎𝖾 𝗍𝖾 𝗈𝗅𝗏𝗂𝖽𝖾́
𝖢𝗈𝗆𝗈 𝗇𝗎𝗇𝖼𝖺 𝗍𝖾 𝖾𝗇𝖼𝗈𝗇𝗍𝗋𝖾́
𝖤𝗇𝗍𝗋𝖾 𝗅𝖺𝗌 𝗌𝗈𝗆𝖻𝗋𝖺𝗌 𝖾𝗌𝖼𝗈𝗇𝖽𝗂𝖽𝖺𝗌
𝖸 𝗅𝖺 𝗏𝖾𝗋𝖽𝖺𝖽 𝗇𝗈 𝗌𝖾́ 𝗉𝗈𝗋𝗊𝗎𝖾́
𝖲𝖾 𝗆𝖾 𝗈𝗅𝗏𝗂𝖽𝗈 𝗊𝗎𝖾 𝗍𝖾 𝗈𝗅𝗏𝗂𝖽𝖾́
𝖠 𝗆𝗂́ 𝗊𝗎𝖾 𝗇𝖺𝖽𝖺 𝗌𝖾 𝗆𝖾 𝗈𝗅𝗏𝗂𝖽𝖺

Ahora, estirar. Sentadillas. Diez. Estirar. Más sentadillas. ¡Dios como duele!. Estoy mayor. Otras diez.
Y la memoria que sigue jugando malas pasadas.
Trenes, viajes, vagones.

𝖯𝖾𝗋𝗈 𝖺𝗅 𝖿𝗂𝗇𝖺𝗅
𝖲𝖾 𝗆𝖾 𝗈𝗅𝗏𝗂𝖽𝗈́ 𝗈𝗅𝗏𝗂𝖽𝖺𝗋𝗍𝖾
𝖲𝖾 𝗆𝖾 𝗈𝗅𝗏𝗂𝖽𝗈́ 𝗈𝗅𝗏𝗂𝖽𝖺𝗋𝗍𝖾
𝖠𝗅𝗀𝗈 𝖾𝗇 𝗆𝗂́ 𝗊𝗎𝖾 𝗌𝖾 𝗇𝗂𝖾𝗀𝖺 𝖺 𝖻𝗈𝗋𝗋𝖺𝗋𝗍𝖾
𝖲𝖾 𝗆𝖾 𝗈𝗅𝗏𝗂𝖽𝗈́ 𝗈𝗅𝗏𝗂𝖽𝖺𝗋𝗍𝖾

Y bajo el mismo cielo. Viendo amanecer.
Animo y suerte.

*Se me olvidó que te olvidé - Kaia Lana

miércoles, 20 de julio de 2022

La Birkin



Veo la imagen de Jane Birkin.
Leo la crónica de su concierto en Barcelona. No lo sabía, me hubiera gustado asistir.
"Tu eres la ola, yo la isla desnuda"
Aquel 𝐉𝐞 𝐭'𝐚𝐢𝐦𝐞 𝐦𝐨𝐢 𝐧𝐨𝐦 𝐩𝐥𝐮𝐬.
Unos ojos azules que, después de 75 años, siguen siendo gemidos que envuelven una voz rota de Gitanes.
"El amor físico es un callejón sin salida"
Busco su foto, aquella del "naked dress" y el capazo.
Si, todo queda lejos. Tan lejos.
Hoy, mientras alguien duerme, otra persona se pregunta ¿todavía me amas?.
Alguien busca esa pasión que impide pensar, que impide ser lúcido.
"𝐸𝑠𝑎 𝑠𝑒𝑛𝑠𝑎𝑐𝑖𝑜́𝑛 𝑑𝑒 𝑠𝑜𝑙𝑒𝑑𝑎𝑑, 𝑝𝑜𝑟 𝑙𝑎 𝑛𝑜𝑐𝘩𝑒, 𝑐𝑜𝑛 𝑙𝑎 𝑝𝑒𝑟𝑠𝑜𝑛𝑎 𝑞𝑢𝑒 𝑎𝑚𝑎𝑠, 𝑞𝑢𝑒 𝑑𝑢𝑒𝑟𝑚𝑒 𝑎 𝑡𝑢 𝑙𝑎𝑑𝑜… 𝑇𝑢́ 𝑞𝑢𝑒 𝑛𝑜 𝑝𝑢𝑒𝑑𝑒𝑠 𝑑𝑜𝑟𝑚𝑖𝑟 𝘩𝑎𝑠𝑡𝑎 𝑞𝑢𝑒 𝑡𝑒 𝑑𝑖𝑔𝑎 “𝑡𝑒 𝑎𝑚𝑜”, 𝑝𝑒𝑟𝑜, 𝑐𝑙𝑎𝑟𝑜, 𝑒𝑠𝑜 𝑛𝑜 𝑎𝑐𝑎𝑏𝑎 𝑑𝑒 𝑝𝑎𝑠𝑎𝑟 𝑛𝑢𝑛𝑐𝑎. 𝐷𝑒 𝑒𝑠𝑜 𝑣𝑎 𝑒𝑙 𝑑𝑖𝑠𝑐𝑜." (Entrevista Esteban Linés. La Vanguardia)
Pasar del gemido a la angustia. La 𝑩𝒊𝒓𝒌𝒊𝒏, por siempre.
Animo y suerte.

martes, 19 de julio de 2022

Santa Paciencia (VIII)



Recuerdo aquellos días muy calurosos, tanto como el de hoy.
El colegio había terminado y los malditos Cuadernos de repaso Santillana, que yo cumplimentaba estoicamente todas las mañanas, eran la obsesión de mi querida madre. Había que escapar.
Por la galería, abierta, entraba una agradable brisa mientras desayunábamos.
En alguna ocasión se me permitía, arropado por mil malos presagios y otras tantas recomendaciones a mi hermano, acompañarle a por la leche a una vaquería cercana.
Calle, vacas, salir.
Era toda una aventura. La parte esencial, no cumplir ninguna de las recomendaciones establecidas.
- No te sueltes de la mano
- Tener cuidado al cruzar
- No corráis
- A la vaquería, y vuelta, no os entretengáis.
Pero claro, para el, yo era una carga. Cuidar del crío y evitar todo aquello que le gustaba hacer.
Bajar corriendo por los terraplenes, buscar nidos, unirse a expediciones y aventuras con otros chicos del barrio, etc. Pero no. No podía, bajo pena de arresto domiciliario hasta el final de sus días.
Y claro, el crío, que había salido con su flequillo al viento deseoso de aventuras, acababa escuchando las misma recomendaciones y amenazas pero, además, con falta de circulación en la mano de tan fuerte como lo sujetaban.
Otra de las maravillosas aventuras veraniegas, era ir a la compra. Bueno, vale, retrasaba el momento de hacer palotes, círculos y proyectos de números, que ya era algo.
Pero, siempre hay un pero. Era agotador y bochornoso lo de "... que guapo y que alto estas". "Dale un beso a la Sra. Concha". Y así, con todas las vecinas y conocidas.
O sea, acababa lleno de carmín y oliendo a Maderas de Oriente como si hubiera nacido en arabia.
Ya de vuelta, sudoroso por el calor y los apasionados achuchones de las vecinas, había magdalenas y limonada con "esponjau".
Era como un azucarillo que, a veces, venía preparado con clara de huevo y esencia de limón. Una masa porosa y rígida que me encantaba observar mientras se deshacía en vasos de cristal fino, llenos de trozos de hielo. Ese era el momento de la droga azucarada. Escapar.
Otra cosa eran los fines de semana.
No tengo muy claro el recuerdo cuando mi padre, con espíritu aventurero fuera de lo normal, planteaba ir al rio.
No me gustaba, ni poco, ni mucho. No me gustaba nada.
Mi madre, se quedaba en casa cuidando de la abuela y nosotros salíamos pertrechados como exploradores a aquel paradisíaco lugar denominado "El Pedregal".
Y eso era precisamente. Un pedregal, por donde a veces el agua llegaba a la rodilla y las más, al tobillo.
Conseguías mojarte el culo y poco más. Algunos cazaban ranas, otros tiraban piedras y algunos, los menos, lavaban el coche.
Yo, desde que llegaba hasta que me iba, parecía un merengue. Impregnado de arriba a abajo, con aquella crema de la lata azul de Nivea.
Se suponía que mi piel blanca inmaculada, podía disponer de un nivel de protección efectivo a partir del momento en que solo se me veían los orificios de la nariz y los ojos. El resto, merengue puro.
Que noches tan maravillosa de insolación. De piel tipo gambón, oscuro, rebozado en merengue.
Quien me iba a decir a mi, que años después, el inventor de aquellos cuadernos de repaso, sería mi jefe.
Verano, Santillana, azucarillo y piel ardiente. Que más se pude pedir, Jesús.

domingo, 17 de julio de 2022

Cartas que nunca enviaré XXX



Hola. Por aquí, todo bien. Incluso podría decir que maravillosamente bien.
Imagino que por ahí, coincidirá con mis deseos, y todo fluirá dentro del caos de la vida.
He notado que cuando a la gente le preguntas por como les va, aumentan su optimismo uno o dos puntos.
Todos mentimos un poco, o nos mentimos un poco. El ánimo, bien, aunque siempre existan determinadas preocupaciones. O el ánimo, mal, pero no encontramos el motivo y ahí seguimos, con cara de acelga y viendo solo la parte oscura.
Cierto es, que siempre habrá alguien que esté peor que tu; y siempre habrá alguien que esté mejor.
Encontrar el punto de equilibrio entre lo que te preocupa y aquello que te hace sentir satisfecho, para sentirte bien no es fácil ¿verdad?
Siempre fuiste de hacer planes. Planes de mejora. Algo más de dinero, algo más de reconocimiento, algo más de autoestima, algo más de satisfacción. Yo, a veces, te los disparaba, te los elevaba al cubo.
Si hablabas de una pequeña casa de turismo rural, yo veía un pedazo de hotel al que no le faltaba un detalle. Si pensabas en retomar unos estudios, yo veía títulos llenando las paredes. Cuando decías de contar ovejas, yo contaba rebaños en Australia. Un libro, tal vez. No, no. El Planeta y con algo de suerte el Pulitzer.
Tu hablabas de saltar, yo planeaba volar. Tu mirabas desde la ventana, y yo me preparaba para lanzarme al vacío.
Ahora que lo pienso, es curioso lo de las ventanas.
Estas semanas, a falta de mobiliario, trabajo en un sitio improvisado delante de una ventana.
Nunca me había sentado delante de ella para mirar.
Lo de fuera, se enmarca por la derecha, por la izquierda, por arriba y por abajo. El espacio solo crece hacia adelante, al fondo.
Hay como una leve bruma en el horizonte.
Acabo de hacer un café. Me siento bien. Tengo preocupaciones, claro. Como seguramente las tengas tu. He asomado la cabeza. A la derecha, a la izquierda, arriba y abajo, hay más. Más espacio, más lugares, más vida.
Espero que todo fluya dentro del caos de tu vida, y que cuando alguien de los tuyos te hable de contar ovejas, les hables de Australia. De los 150 millones de ovejas que hay allí. Cuando te hablen del cielo, busques alas, espacios abiertos, busques el mejor avión.
Miro por la ventana, a lo lejos, y te veo volar.
Animo y suerte.

sábado, 16 de julio de 2022

Hacer un jardín



Ando un tanto desaparecido y lleno de necesidades.
Podría añadir lo de desubicado, que también.
Necesito volver a cocinar. Retomar los bollos de brandy dulces, las "búlgaras", ver como una masa crece o simplemente dibujar un nuevo plato, oler, saborear, crear.
Intento, todos los días, escribir. Pero, sea por una cosa u otra, no lo consigo. Lo necesito, como el café.
Necesito volver a ubicarme. Necesito volver a mis 10 km., a sudar por el gusto y la gana de hacerlo.
Necesito recolocar el amanecer en su lugar.
Ayer, un buen amigo me recordó con amabilidad que llevamos demasiado tiempo sin vernos.
Necesito ver los campos de lavanda.
Las "Cartas que nunca enviaré", las historias de "Santa Paciencia". Hablar con Mirlo, con Isi. Retomar "Palabras bonitas", agendar más cafés.
Pero, a la vez, me siento más libre. Ya no soy de un lugar. He aprendido que los planes duran, hasta el momento que la vida los cambia.
Han dejado de importarme algunas cosas y ahora disfruto y me preocupo de otras que nunca hubiera imaginado.
Hornear pimientos, recordar a los que ya no están, quedar a charlar y tomar una o cien copas de vino hasta que la edad o el dueño del local apague las luces.
Mirar a Venus sin prisa y olvidar el reloj. Necesito sentir un poco más y correr un poco menos.
Pero, a la vez, necesito la adrenalina de la agenda apretada, del ir y venir constante. De nuevos proyectos, de apoyar esfuerzos de otros, de participar en otros planes.
Y solo el hecho de que, al levantarme, no me duela nada distinto que el amanecer anterior, me da fuerzas, para necesitar, para tener ganas de tener ganas.
Necesito poner un disco, mover el brazo de la aguja y notar su carraspeo. Cerrar los ojos y pintar un jardín.
Y a la vez necesito salir corriendo. Subir al monte, bajar al valle. Gritar y respirar en silencio.
Necesito la ironía de saberme de vuelta, pero con el deseo de volver a ir.
Haré albóndigas, con setas. Ya casi no hay muebles. Solo cajas, necesidades, ganas, muchas ganas.
Tal vez, haga un jardín, otro. Con brócoli, cebolla morada, judía francesa... y la hierba, una crema de aguacate, calabacín y espinacas.
Tengo ganas.
Animo y suerte.

domingo, 10 de julio de 2022

Hombres perro



Desde que me he levantado oigo, a mi espalda, las patitas de Isi sobre la tarima.
Me sigue a todas partes. Me paro, se para. Cambio de dirección y ella retoma su persecución.
Le hago un mimo y se pega a mi pierna.
Una vez que ve que me siento, da una vuelta controlando el entorno y desaparece.
Va un poco perdida, igual que yo. Zigzaguea entre jarrones y lámparas, envueltas en plástico de burbujas. Su cama, que a cada rato cambia de sitio, deja de ser su cama; y cualquier manta o tela que reconoce, le viene bien.
Al mediodía, buscará el puro suelo. No lleva bien el calor.
Si dejo mi sillón libre, no tendrá ningún inconveniente en subirse a él y leer estas líneas o , incluso, tomarse mi café.
Creo que dentro de ella hay una persona. Una persona que no tiene muy claro que es un perro. O mejor, es un perro que quiere ser persona.
Cualquier día, oiremos su voz. Dejará de sonar a ladrido y nos contará su opinión sobre el calor de estos días, o sobre la gripe A.
La imagino, sentada a mi lado como tantas veces pero, con gafas de sol.
Tal vez escriba un cuento. "Isi, esa persona que no sabía que era un perro", o "Isi, el perro que quería ser persona".
Le encanta salir por una puerta y entrar por otra. A veces, jugamos al escondite. La engaño asomándome por un sitio y saliendo por otro. Ella galopa con su lengua colgando hasta llegar al giro del pasillo y yo, me susto con sus derrapajes.
Se sube al baúl y otea el horizonte, vigilando que todo esté en sus lugar. Las palomas, las ramas altas de los árboles. Salta y se acoda, como si fuera la barra de un bar observando quien pasa por la calle. Saluda a unos y a otros.
Ahora mismo, la veo tomando café y tecleando en el ordenador.
Yo, a cuatro patas, en el sillón de al lado, como si me fuera la vida en ello, me rasco nervioso detrás de la oreja.
"El hombre que no sabía que era un perro". Es buen título ¿no?.
Animo y suerte.

sábado, 9 de julio de 2022

Bien



Declaración trimestral.
Baja de servicios en Madrid.
Alta, en destino.
Volvemos a las cajas.
Reunión de trabajo, comida de "casi" trabajo.
Más cajas.
Cancelación de hipotecas, documentación, notario. Escrituras, certificados...
No tengo mesa de trabajo. Utilizo una, improvisada, desde la que he visto amanecer.
Ideas, proyectos. Almería, Vigo, Portugal, Palma de Mallorca, seguimos.
Un resfriado que ya dura dos semanas. Test negativo.
Ha pasado un día desde que empecé estos párrafos.
Ayer, a ultima hora, vino C., mi otra hija. Hablamos de Méjico y de Australia. De felicidad y de sentirse satisfecho. De como se reduce todo a sentirse bien. Recordaba aquella oscura Navidad y como las cosas han ido encontrando su lugar. Ella, sigue creando un plan. Será en un banco o como instructora de buceo. Tal vez la política o la diplomacia. Aquí, allá.
M. y B. se "resisten" a sacar sus cosas de los armarios. Lo entiendo.
Las dos están peleando. Aun tienen sueños, que poco a poco se van convirtiendo en planes.
Me siento orgulloso de ellas. Se de sus dudas, de sus miedos, de esa maldita ansiedad que a todos nos ataca. Pero no dejan caer los brazos. Siguen.
Las pequeñas cosas ganan importancia.
Hace unos segundos, el sol, daba un nuevo espectáculo único. He mirado dentro. Me ha hecho sentir bien.
Animo y suerte.

miércoles, 6 de julio de 2022

Actuar es reaccionar



Tal vez había sido el calor. Hacía un poco habitual bochorno con más humedad de la normal.
Por un momento, mientras notaba como las gotas de sudor empapaban su impecable polo, se sintió en un extraño circo de los horrores.
Primero le vino a la memoria aquella película de 1960, donde un cirujano plástico purga sus errores profesionales haciendo experimentos con las artistas de un circo en ruinas.
Después, tras un sorbo de cerveza, pensó en la pobreza del teatro de Grotowski.
Los actores utilizaban sus cuerpos como la única herramienta estética.
Aquel hombre que, con una voz excesiva, hablaba a sus acompañantes del fin de semana que la visita de familiares y amigos había destrozado, se levantó, mostrando un cuerpo inmenso y desproporcionado para el tamaño de su rasurada cabeza.
Tras él, paró un vehículo del que descendieron varias mujeres que hacían de su obesidad mórbida, carta y pancarta de presentación.
Aquel otro hombre, seguramente, viendo las noticias en su móvil totalmente inmóvil como si esa acción lo hubiera le hubiera convertido en estatua de sal huyendo de una Sodoma desconocida.
El camarero, demasiado delgado, con tez cetrina y desaliñado. Daba la sensación de ser el único personaje que se sabía su papel. Iba y venía de una mesa a otra, comprobando que la acción se desarrollaba dentro de un pobre guion, lleno de horror.
Al lado, una pareja pedía un plato tras otro, mientras ella, dejaba que su pequeño humano se alimentara de su interior.
Raciones, tapas, platos combinados, llenaban la mesa entre ruidos de succión y de cubiertos sobre platos.
Una camarera, alta, muy alta. Todo piernas, hasta llegar a una cintura y un tronco mínimo.
Otra, mínima. Como si una tribu de jíbaros se hubieran distribuido para hacerla en miniatura.
Varios jóvenes sudorosos, recién llegados de destrozar el latido de su corazón, pedían hamburguesas diseñadas para dinosaurios, entre miradas caníbales.
Las moscas rondaban la copa.
En otra de las mesas, se apretaban varias personas como si el frío les hubiera empujado a ello.
Otro sorbo. Miró hacia las colinas. Creyó ver una marabunta de cuerpos descendiendo en alocada carrera.
Aquella furgoneta dio otra vuelta en el parking y se detuvo de nuevo en la puerta del bar. Abrió las puertas traseras y el conductor descendió. Desapareció unos minutos. El motor, al ralentí, parecía llenarlo todo. Nadie bajó ni subió del vehículo. Igual que había llegado, se fue.
En la mesa de la esquina, una mujer con cara de espanto, miraba a su alrededor. ¿Y si era una visión que solo ellos contemplaban?
Cuerpos y voces. Sonidos, atronadores, pero solo dentro de su cabeza.
¿Seguirá encendida esa maldita luz de la habitación?
- Si, otra cerveza.
Solo cuerpos y sonidos. Difusos, desproporcionados, grotescos, empujando a la crueldad.
Sudaba y, a la vez, sentía frío.
Necesitaba apagar la luz, llenarse de silencio.
“Actuar es reaccionar”
Desnudo, defendiendo su propia identidad.
¿Atreverse?
Animo y suerte.
*Imagen: El príncipe constante. Calderón de la Barca. Teatro Laboratorio de Grotowski.