Esta ciudad que dejo, de nuevo, me despide con un "hasta pronto".
Puede ser que nunca me libre de ella.
Casi a regañadientes, reconozco que pasear por la Gran Vía, sigue siendo maravilloso, incluso con lluvia.
Los grandes edificios iluminados, las interminables banderas patrias recorriendo puentes, y los increíbles árboles navideños como teas encendidas, la embellecen, la hacen formar parte de un gran espectáculo que al llegar la madrugada, desaparece y vuelve a la
oscuridad, solo rota por semáforos y automóviles.
Desde la puerta de Alcalá hasta Cibeles hay una gran pasarela, donde desfilan miles de ojos llenos de asombro y de olvido. Solo existe ese momento. Nadie recuerda lo que ocurrió hoy, ayer o lo que pasará mañana.
Vienes queriendo escapar del pueblo, de la ciudad de provincias. Huyendo de la incomprensión, vienes a estudiar, a buscar trabajo o tal vez guiado por el amor.
No es fácil, no es amable. Si, dicen que abre los brazos, pero en un abrazo de precariedad, de supervivencia.
Pasa el tiempo y tanto la derrota, como la victoria, te generan cadenas difíciles de romper.
Si vences, te crees en el Olimpo, junto a los Dioses de pies de barro. Esa droga, es imposible de abandonar.
Si pierdes, la derrota te impide el regreso al origen, sea por vergüenza o porque no conseguiste aquello que venías a buscar y perseveras, porque el Olimpo así lo exige.
Un año, otro y otro más.
No, no eres nadie para esta ciudad. Dentro del coche, soportas el atasco. Caminas rápido, como todos, y esquivas a los que vomitan las bocas de Metro, buscando cruzar la calle.
La estación de Sol está cerrada. La de Gran Vía duplica sus entradas y salidas.
- 𝑷𝒐𝒓 𝒇𝒂𝒗𝒐𝒓, 𝒍𝒐𝒔 𝒒𝒖𝒆 𝒔𝒂𝒍𝒆𝒏 𝒗𝒂𝒚𝒂𝒏 𝒑𝒐𝒓 𝒔𝒖 𝒅𝒆𝒓𝒆𝒄𝒉𝒂.
- ¡𝑺𝒆𝒏̃𝒐𝒓𝒂! ¿𝑫𝒐́𝒏𝒅𝒆 𝒗𝒂? ¡𝑺𝒖 𝒐𝒕𝒓𝒂 𝒅𝒆𝒓𝒆𝒄𝒉𝒂!
- 𝑬𝒔𝒄𝒖𝒄𝒉𝒆𝒏 𝒚 𝒉𝒂𝒈𝒂𝒏 𝒄𝒂𝒔𝒐 𝒂𝒍 𝒎𝒖𝒄𝒉𝒂𝒄𝒉𝒐 𝒈𝒖𝒂𝒑𝒐 𝒅𝒆𝒍 𝒎𝒆𝒈𝒂́𝒇𝒐𝒏𝒐
- 𝑵𝒐 𝒔𝒆 𝒂 𝒒𝒖𝒆 𝒗𝒊𝒆𝒏𝒆𝒏 𝒆𝒔𝒂𝒔 𝒄𝒂𝒓𝒄𝒂𝒋𝒂𝒅𝒂𝒔, 𝒔𝒐𝒚 𝒚𝒐.
Unos segundos de sonrisas cómplices se cruzan de lado a lado en los pasillos.
¡𝑺𝒖 𝒐𝒕𝒓𝒂 𝒅𝒆𝒓𝒆𝒄𝒉𝒂!
Hace demasiado calor y las mascarillas brillan, pero por su ausencia.
En un alfeizar de un escaparate, una mujer dormita apoyada en un carro de la compra. Seguramente es su casa, su automóvil y su vida.
Más allá, un anciano recoge cartones y se confecciona un adosado al Banco de Santander.
La marabunta se mueve en todas las direcciones, hipnotizada por el fastuoso lucernario.
Con las manos en los bolsillos del abrigo, levanto la cabeza y miro, con añoranza, el número 32 de Gran Vía. Sociedad Madrid Paris, lo llaman, ahora. La Calle del Desengaño, la Plaza de la Luna.
De los teatros, al oso y el madroño, del Museo del Jamón al Four Seasons. Del bocata de calamares a la Plaza Mayor. De Atocha a Neptuno y de allí, al cielo.
Pobre de ti, si un día consigues escapar y vuelves. Intentará seducirte como la primera vez.
Que bonita estabas ayer.
Está claro, soy un sentimental.
Animo y suerte.