Es curioso cómo cuando hemos pasado mucho tiempo, o hemos tenido vivencias íntimas en un lugar, casi nos molesta que otros nos hablen de él. Nos quieran explicar locales, tiendas o cambios que allí se han producido, y tú, sin saberlo, sin estar allí.
No, para ti que llevas, tal vez, años sin pasear aquellas calles, sin entrar en esos bares o simplemente observar tejados o jugar a las canicas en aquel parque, nada puede cambiar. Te parece imposible que aquella zona de tierra donde sacrificabas insectos con tus amigos, ahora, sea una superficie cubierta de losetas que hacen un dibujo geométrico.
Que aquel arco que escalabas como si fuera el Everest, ya no esté y en su lugar un macizo de flores o un seto, den una nota de color.
El quiosco donde primero comprabas botes de Sidral por céntimos y más tarde cigarrillos, ya no existe. Un alcorque con un arbolito desnutrido ha ocupado su lugar.
Miras las ventanas de aquella casa, desde donde te asomaste tantas veces para ver la calle, y las persianas alicantinas ya no son verdes.
Atrás, donde crecían las hierbas y se convertían en jungla inexplorada para tus juegos de infancia, han puesto unos bancos y una estatua rara, en conmemoración de vaya usted a saber qué.
Un anciano, sentado en uno de los bancos, te mira de forma descarada. Está apoyado sobre un bastón que tiene entre las piernas. Levanta una mano para tapar el sol y poder verte mejor.
- Hola, ¿Qué tal? Feliz Navidad. ¿El 4º, izquierda?
Tú, con cara de sorpresa, contestas al saludo y te sientas a su lado. Está claro, tú eres 4º, izquierda. Él es 2º, derecha.
Nos hacemos preguntas, con largas pausas entre una y otra. Parece como si no quisiéramos romper el vínculo.
Seguimos sentados. Él, apoyado en su bastón. Yo, en las trepadoras que visten la escultura.
Repasamos vecinos, conocidos comunes, incluso me cuenta anécdotas de cuando trabajaba con mi padre.
Nos despedimos y mientras me alejo, sigo sin saber quién es 2º derecha, el anciano del bastón.
Ir, es volver. Volver a un viaje en el tiempo a un lugar desconocido, a un lugar que tal vez nunca fue lo que ahora queda en el recuerdo. Vuelve a casa, vuelve, por Navidad. ¿Cuántas veces he vuelto a "casa"?
La niebla, para mí, siempre era el traje para ese viaje, para esa vuelta. No recuerdo las campanadas de fin de año en aquel pequeño comedor con mesa camilla y brasero.
El dormitorio de mis padres, el de mi abuela, el que compartía con mi hermano, ¿todos daban al comedor?
Y sí, había una habitación más. La habitación del Belén. La de hacer los deberes. La de escuchar partidos en la galena. Donde se guardaba la cesta de rosquillas y magdalenas.
Ir, para volver. Para que alguien, un anciano que no conoces, desde el 2º izquierda te recuerde que has ido, para volver.
Me giro y busco en la cornisa. Sí, ahí están.
𝘝𝘰𝘭𝘷𝘦𝘳𝘢́𝘯 𝘭𝘢𝘴 𝘰𝘴𝘤𝘶𝘳𝘢𝘴 𝘨𝘰𝘭𝘰𝘯𝘥𝘳𝘪𝘯𝘢𝘴
𝘦𝘯 𝘵𝘶 𝘣𝘢𝘭𝘤𝘰́𝘯 𝘴𝘶𝘴 𝘯𝘪𝘥𝘰𝘴 𝘢 𝘤𝘰𝘭𝘨𝘢𝘳,
𝘺 𝘰𝘵𝘳𝘢 𝘷𝘦𝘻 𝘤𝘰𝘯 𝘦𝘭 𝘢𝘭𝘢 𝘢 𝘴𝘶𝘴 𝘤𝘳𝘪𝘴𝘵𝘢𝘭𝘦𝘴
𝘫𝘶𝘨𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘭𝘭𝘢𝘮𝘢𝘳𝘢́𝘯.
𝘗𝘦𝘳𝘰 𝘢𝘲𝘶𝘦𝘭𝘭𝘢𝘴 𝘲𝘶𝘦 𝘦𝘭 𝘷𝘶𝘦𝘭𝘰 𝘳𝘦𝘧𝘳𝘦𝘯𝘢𝘣𝘢𝘯
𝘵𝘶 𝘩𝘦𝘳𝘮𝘰𝘴𝘶𝘳𝘢 𝘺 𝘮𝘪 𝘥𝘪𝘤𝘩𝘢 𝘢 𝘤𝘰𝘯𝘵𝘦𝘮𝘱𝘭𝘢𝘳,
𝘢𝘲𝘶𝘦𝘭𝘭𝘢𝘴 𝘲𝘶𝘦 𝘢𝘱𝘳𝘦𝘯𝘥𝘪𝘦𝘳𝘰𝘯 𝘯𝘶𝘦𝘴𝘵𝘳𝘰𝘴 𝘯𝘰𝘮𝘣𝘳𝘦𝘴…
¡𝘦𝘴𝘢𝘴… 𝘯𝘰 𝘷𝘰𝘭𝘷𝘦𝘳𝘢́𝘯!
#100cafesbuscandoelmar
#100cafesmasconunputovirus
#100cafesy2000paracetamoles