Martes.
Seguramente debería utilizar más la mirada y algo, bastante, menos el alma.
Hablar de otros, con mirada de otros, con sentimiento de otros.
Esa mujer que veo de pie en la parada del autobús. O esa pareja que anda dándose cariñosos empujones por la acera.
De ese hombre que arrastra los pies, porque tal vez la vida le pesa demasiado.
Ejercicios de desnudez, de otros. Si, si, lo hago. No siempre lo que escribo es "mío", o se refiere a mí. Puede ser una frase que escuché o una imagen que alguien me transmitió. Una historia que un amigo, o un conocido, me contó.
La reacción ante la pérdida. La alegría del triunfo, la ilusión de un instante.
Ese amanecer, no es el mío. A veces, intento verlo con tus ojos, pero la melancolía me puede y vuelvo a asomar por alguna rendija.
La luz que se cuela entre las ramas de los árboles, esa respiración profunda. Esa gota de sudor que resbala desde el cuello. ¿Soy yo?.
El sabor amargo del café, sentado en aquel bar, le llevó a otras mañanas, en otro país. La vió entrar por la puerta con esa sonrisa inmensa, con esa mirada brillante. Esa forma tan suya de andar, dando saltitos, como si una canción marcara su movimiento.
El anciano de la mesa de la entrada, también la miró. Al entornar los ojos se recordó con menos años, con más fuerza, con toda la ilusión. Un vestido floreado, con botones desde el fin del escote hasta las pantorrillas. Al andar, el vuelo de la tela generaba un vendaval. Aquel sendero entre los árboles.
Hundir la nariz en su cuello, en el abrazo.
Dejó unas monedas sobre la mesa y arrastrando los pies, salió a la calle, porque tal vez la vida y los recuerdos le pesaban demasiado.
Animo y suerte.
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