sábado, 17 de abril de 2021

Cartas que nunca enviaré (XXI)



Hola, ¿Qué tal? ¿Cómo te trató la vida?
Sigo teniendo pendientes cientos de cartas que escribir. Las mismas que no enviaré.
Como la de hoy.
Tal vez debiera enviarlas, pero la logística se complica. ¿A que dirección? ¿Cómo se llamaba aquella mirada? Aquel tipo ¿de verdad existió? ¿Se podrán enviar cartas al más allá? ¿Y al alma?
Fíjate como me he despertado y solo con un café.
Shunmyo Masuno, un sacerdote Zen que se dedica al paisajismo y a escribir libros de "crecimiento personal" me hablaba ayer de "El arte de vivir con sencillez".
Claro, soy yo el que me complico, sin duda.
¿Lo has leído?
Enviarte esta carta a ti también sería complicado. Lo podría intentar, pero seguro que se convertiría en un trabajo de por vida.
Si, recuerdo tu nombre. Y el de Carles, Sergi, Lluís, Pere, Rosa, María y si me esfuerzo me vendrán veinte o treinta más.
Y te dirás ¿a santo de que me escribes?
Pues la culpa la tiene Shunmyo Masuno y su "sencillez", y tu arte de vivir.
Te hacían falta muy pocas cosas para dar alegría, simplemente aquella risa de garganta agrietada, de resaca. Nunca había un problema que no se salvara con una estridencia, con un carajillo mañanero en aquella cafetería (¿Galaxia se llamaba?) o con un pitillo más, antes de entrar en clase.
Los "mayores" necesitábamos ese "punto". Tu abrías la puerta del local y al grito de "yo un tallat", abrazabas, besabas o cogías de la mano clavando aquellas uñas de vivo color, quejándote del frío de esa mañana. Y sin ropa de abrigo.
El banco del pasaje (creo que tengo una foto del grupo), aquel refugio en el que a veces creía descubrir tu parte de atrás. Esa parte que intuía llena de lágrimas, de miedo, de vida por vivir.
Recuerdo el día que te cortaste el pelo. A partir de ahí, nunca volví a verte peinada. Bueno, mejor dicho, tu peinado era aquel movimiento de tus manos removiendo el cabello que siempre conseguía hacernos reír.
Todo era sencillo. Todo era fácil contigo, aun con esos ojos con puerta trasera. Siempre vencía tu sonrisa, tu mirada.
¿Cómo se llamaba aquella chica pelirroja? ¿Y aquella bajita con pelo lleno de tirabuzones?
Quizás pregunte por ti, pero, me da miedo. No me gustaría que aquella sonrisa, aquella mirada ya no estén.
Espero y deseo que la vida te haya tratado bien.
En aquellos días la sencillez era una sonrisa, una mirada.
Menos Zen y más sonrisas.
¿Te enteras Shunmyo Masuno?
Animo y suerte.
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