Llovizna.
He buscado en el armario una de esas chaquetas de estar por casa que hace tiempo que no me pongo.
Toda mi ropa de invierno la uso muy poco. Debería eliminarla, regalarla, donarla.
Me pasa como con los pensamientos, con los recuerdos.
Esos cajones que guardan cosas, mezcladas, sin relación, hasta que las encuentras por pura casualidad.
Unas te sorprenden y te alegran. Otras, te dan un pellizco en las tripas.
Como dice Kase.O:
𝑸𝒖𝒊𝒆́𝒏 𝒏𝒐 𝒔𝒆 𝒉𝒂 𝒑𝒐𝒓𝒕𝒂𝒅𝒐 𝒄𝒐𝒎𝒐 𝒖𝒏 𝒄𝒆𝒓𝒅𝒐 𝒂𝒍𝒈𝒖𝒏𝒂 𝒗𝒆𝒛
𝑸𝒖𝒊𝒆́𝒏 𝒏𝒐 𝒔𝒆 𝒉𝒂 𝒔𝒆𝒏𝒕𝒊𝒅𝒐 𝒄𝒐𝒎𝒐 𝒖𝒏𝒂 𝒑𝒖𝒕𝒂 𝒎𝒊𝒆𝒓𝒅𝒂
𝑸𝒖𝒊𝒆́𝒏 𝒏𝒐 𝒉𝒂 𝒔𝒊𝒅𝒐 𝒗𝒊́𝒄𝒕𝒊𝒎𝒂, 𝒒𝒖𝒊𝒆́𝒏 𝒏𝒐 𝒉𝒂 𝒔𝒊𝒅𝒐 𝒋𝒖𝒆𝒛
𝑸𝒖𝒊𝒆́𝒏 𝒏𝒐 𝒉𝒂 𝒕𝒊𝒓𝒂𝒅𝒐 𝒍𝒂 𝒑𝒓𝒊𝒎𝒆𝒓𝒂 𝒑𝒊𝒆𝒅𝒓𝒂, 𝒂𝒉
El alfeizar de la ventana va llenándose de manchas oscuras con las gotas de lluvia.
Hace tiempo aprendí que, los recibos, las facturas, la inmensa mayoría de documentos relacionados con mi vida, debía guardarlos al menos un quinquenio.
Antes (cuando, antes, son 30, 40 años atrás) eran cajas llenas de papeles.
Cuando compraste la lavadora, la primera hipoteca, el crédito del coche, la cartilla militar, el libro de familia, los títulos que reconocían tu esfuerzo o tu suerte.
Te provocan una sonrisa al verlos. ¿Tanto tiempo ha pasado?
Y siguiendo el hilo, algunos de esos documentos, fotos o momentos, se convierten en esa pequeña astilla que no sabes como se clavó en un dedo y, toques lo que toques, se hace notar.
Te empeñas en quitarla. Parece que se ha ido, pero vuelve una y otra vez.
Las lágrimas, llegado el momento, enjuagan, no arrastran.
Me engaño, nos engañamos.
Negativos. Diapositivas. Papel fotográfico. Cajones, armarios, estanterías en el alma.
El hipocampo infinito.
¿Existe realmente el olvido?
Hoy, quiero olvidar.
Mañana, un olor, una imagen, una canción, un lugar, arrancarán del subconsciente aquello que creí olvidado.
Una sonrisa tierna, un pellizco en las tripas o esa espina, de los hermanos Malasombra, que solo sabe pinchar.
El almendro ha empezado a florecer. En unas semanas, la primavera volverá.
Animo y suerte.