Domingo.
Tal vez sea el mejor día para hacerlo.
Llueve, fuera hace frío.
La melancolía, ayuda.
Siempre nos merecemos, al menos un día, para echar la vista atrás.
Tanto como puedas. Llegar a la adolescencia, a la pubertad, incluso a la infancia.
A aquellos días, de correr en el parque con un palo en la mano, imitando a los valientes soldados en guerra; repitiendo las historias del Jabato, de el Capitán Trueno.
Palo pistola, palo espada, palo...
Sentado en un banco, a la sombra, leyendo tebeos hasta la hora de la merienda.
Trepar a un árbol, llenarte las rodillas de raspones, por subirte a una bici demasiado grande para ti.
Noches de verano, jugando al escondite, hasta que un silbido decía que había que volver a casa.
Hoy, los huesos y los prejuicios (excusas), hacen que veamos imposible volver.
Volver, a cuando cruzarnos con Rosamari era un suplicio, porque nuestras mejillas arreboladas, mostraban nuestra vergüenza. Y lo llamábamos amor. Eso, cruzarnos con ella.
Volver atrás. Cuando sentirse feliz, simplemente era sentirse cansado de correr, de saltar, de gritar.
Churro, media manga, manga entera...
Lastima que ahora, sentirse cansado, sea otra cosa. ¿Verdad, Peter Pan?.
Animo y suerte.
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