martes, 16 de abril de 2024

Un buen desayuno


Ayer, con la mirada perdida, durante la cena:
— ¿Qué piensas?
Una de esa frases aterradoras. Similar a "¿Qué te pasa?" o "Tenemos que hablar".
Aunque en muchas ocasiones mis ensimismamientos los ocupa el mono de los platillos de Homer Simpson, en esta ocasión, no.
— Pienso en que somos un puto tubo digestivo.
(Silencio)
— Bueno, no seremos solo eso ¿no?
Imaginé a la gente por la calle, reptando. Cientos de personas convertidas en lombrices. Tubos de color sonrosado, deslizándose por las aceras. Tragando cualquier cosa que encontraban a su paso y defecándola unos metros más allá, en boñigas deformes y malolientes.
Recordé la predicción que The Times hizo a finales de 1890 sobre el transporte en Londres. En aquellos tiempos, más de 60.000 caballos eran el medio de transporte habitual en la ciudad. Si cada caballo dejaba "caer" entre 6 y 15 kg. de estiércol al día, en 5 años la ciudad de Londres estaría enterrada bajo 2,5 metros de suciedad.
Me vino a la cabeza ese eslogan que cada día escuchamos más: "Somos lo que comemos". A esa frase se le suele añadir un montón de explicaciones de porque ahora estamos obesos y hace 60-70 años, no. Andábamos más, no existía tanta cantidad de comida procesada y un menú triple no costaba la cuarta parte que una bolsa de verduras frescas. Podemos añadir otros mil elementos adicionales (¿evolutivos?) que han contribuido a este problema.
Pero no, mi imagen de tubos digestivos, en ningún caso añadía el calificativo de "pensantes".
Ese era el punto. Comemos, nos nutrimos de lo primero que pillamos. Sin pensar, sin intentan comprender, sin criterio. Vivimos en una constante bulimia nerviosa. En una diarrea constante. Entran elementos, ideas, dentro de nosotros masticados sin dientes, para volver a salir por el inicio o el fin del tubo digestivo, sin realmente tomar de ellos lo que nos ayudaría, lo que nos da el soporte vital.
Las noticias, las guerras, los comentarios, las opiniones, se mezclan con mentiras o medias verdades; para, al final, quedar en un montón de estiércol.
"Una persona puede llegar a producir cuatro toneladas de excrementos a lo largo de su vida. Los aproximadamente 48 millones de españoles generamos diariamente 7,2 millones de kilogramos, aproximadamente el peso de la Torre Eiffel" (Fuente: Muy interesante).
Cierto es que las heces de animales resolvieron el problema agrícola de dejar los campos baldíos y obtener mayores cosechas. Tan importante llegó a ser la materia fecal que los romanos incluso le dedicaron una deidad: el dios Stercutius.
Londres consiguió sobrevivir a su paulatino enterramiento por boñigas de caballo, con la aparición del automóvil.
La solución para los aparatos digestivos descontrolados, ¿la extinción?.
Venga, va. Ahora, tu café con leche y tus tostadas. ¡Que aproveche!
Animo y suerte.

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