El limonero, lleno de frutos amarillos. Tras él, un ciruelo plagado de flores. Un poco más allá, en la entrada del garaje, la higuera comienza a sentir la primavera y unas pequeñas hojas brotan en sus ramas.
La chumbera, inmensa y silenciosa. Al lado del camino, hacia la casa, un matorral de lavanda.
Los setos, han crecido buscando el cielo. Esperan su corte de pelo, su uniformidad.
Uno de los pinos, murió, habrá que talarlo. Hay varios pies de palmera que servirán de soporte para tiestos de flores o de cactus.
Seguro que el almendro de la entrada, volverá a florecer.
Solo quitar alguna mala hierba, para que la naturaleza brote como desee.
Seguro que encuentro el lugar para las aromáticas. Tomillo, romero, salvia…
¡Que ricos los Tortelloni!, con mantequilla y salvia.
¿Y si crecieran girasoles? Hay un huerto, casi olvidado, donde siguen brotando acelgas y cardos.
Orientación sur, dicen.
El sol de la mañana entrará por las ventanas de la cocina.
Entre los pinos, unas sillas, algún sillón, donde sestear, donde añorar compañía o soledad. Donde confirmar que, tal vez, eso sea pura vida. Donde pensar en Itaca. En las que ya estuve, en las que quiero llegar a estar. Sin Itaca, no habría emprendido el camino.
Sin prisa, sin pausa. Esto es un suspiro. Un tropezón, una enfermedad y el tiempo se detiene, el camino se oscurece.
Comerse la vida a dentelladas o tomarla a pequeños sorbos.
Un día más, un día menos para llegar a Itaca.
Animo y suerte.
Imagen: Tortelloni de setas.
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