martes, 7 de marzo de 2023

𝘾𝙖𝙢𝙞𝙣𝙤 𝙖 𝙄́𝙩𝙖𝙘𝙖 (𝙓𝙓)

 


He dudado. He releído, por decir un número, mil y una veces el poema de Kavafis.
Si me paro, ¿aquí se acaba el camino?
No. Me detendré en Cartago o en Fenicia, y compraré hermosas mercancías.
Tendré siempre a Ítaca en mi mente. Llegar allí, será mi destino.
No. No hay prisa.
Una casa junto al mar, a mil metros del mar. Cambiar horarios. Orientarse al sur, y buscar en el este a Venus, a Mercurio.
En el jardín, una chumbera, un limonero. Pinos frondosos, con decenas de años. Un ciruelo, un almendro, una higuera que en verano se llenará de frutos rojos y carnosos. Un café, apoyado en la balconada, al amanecer.
Salimos de Estocolmo. Quien me hubiera dicho, hace años, que recalaría en Viena.
Es ya, mi sino. Mudar, cambiar. Hacer camino. Como dice el poema:
𝐕𝐞 𝐚 𝐦𝐮𝐜𝐡𝐚𝐬 𝐜𝐢𝐮𝐝𝐚𝐝𝐞𝐬 𝐞𝐠𝐢𝐩𝐜𝐢𝐚𝐬
𝐚 𝐚𝐩𝐫𝐞𝐧𝐝𝐞𝐫, 𝐚 𝐚𝐩𝐫𝐞𝐧𝐝𝐞𝐫 𝐝𝐞 𝐬𝐮𝐬 𝐬𝐚𝐛𝐢𝐨𝐬.
Aprender que una casa cerca del mar, cuesta más de lo que vale.
Aprender que la distancia de un punto a otro, depende del número de paradas que hagas, saludando, charlando.
Aprender que el forjado sanitario, es importante, pero no tanto.
Aprender que los torreones eran del gusto de los Alemanes.
Aprender que esos mismos alemanes, siguen viviendo aquí y venden sus casas con torreones.
Aprender a valorar el paseo de los ociosos.
Aprender a valorar las calas y el "tumbao" de los árboles de ese paseo.
Aprender a valorar la sabiduría del carnicero, del cerrajero, de ese helado de arroz con leche, mezclado con chocolate y naranja.
𝐌𝐚𝐬 𝐧𝐨 𝐚𝐩𝐫𝐞𝐬𝐮𝐫𝐞𝐬 𝐧𝐮𝐧𝐜𝐚 𝐞𝐥 𝐯𝐢𝐚𝐣𝐞.
𝐌𝐞𝐣𝐨𝐫 𝐪𝐮𝐞 𝐝𝐮𝐫𝐞 𝐦𝐮𝐜𝐡𝐨𝐬 𝐚𝐧̃𝐨𝐬
𝐲 𝐚𝐭𝐫𝐚𝐜𝐚𝐫, 𝐯𝐢𝐞𝐣𝐨 𝐲𝐚, 𝐞𝐧 𝐥𝐚 𝐢𝐬𝐥𝐚,
𝐞𝐧𝐫𝐢𝐪𝐮𝐞𝐜𝐢𝐝𝐨 𝐝𝐞 𝐜𝐮𝐚𝐧𝐭𝐨 𝐠𝐚𝐧𝐚𝐬𝐭𝐞 𝐞𝐧 𝐞𝐥 𝐜𝐚𝐦𝐢𝐧𝐨
𝐬𝐢𝐧 𝐚𝐠𝐮𝐚𝐧𝐭𝐚𝐫 𝐚 𝐪𝐮𝐞 𝐈𝐭𝐚𝐜𝐚 𝐭𝐞 𝐞𝐧𝐫𝐢𝐪𝐮𝐞𝐳𝐜𝐚.
Ítaca, espérame. Llegaré. Estoy de mudanza, otra vez.

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