Una mañana, densa.
Pienso que será el calor. Mucha humedad.
Hablo con alguien a través de la pantalla, sobre el juicio de Dios, la ordalía.
Una institución jurídica vigente hasta finales de la Edad Media en Europa.
"Mediante la ordalía se dictaminaba, atendiendo a supuestos mandatos divinos, la inocencia o culpabilidad de una persona o cosa"
Fuego o agua, eran los jueces.
Pruebas, donde se obligaba al acusado a sujetar hierros candentes, introducir las manos en una hoguera o permanecer largo tiempo bajo el agua. Si alguien sobrevivía o no resultaba demasiado dañado, se entendía que Dios lo consideraba inocente y no debía recibir castigo alguno.
Con el paso del tiempo, aquello se sustituyó por una práctica más operativa, la tortura.
No es que el sadismo me mueva, pero en más de una ocasión me encantaría poder utilizar este tipo de "juicios", dejando la responsabilidad de la decisión en manos de un Dios de fuego o de agua, con resultado totalmente previsible.
Retomo y respiro.
La tarjeta sanitaria no ha llegado. Llamo a un ceroalgo para reclamarla.
- Pues se ha enviado, pero a su centro de salud.
- Solicité que llegara a mi casa.
- Pues está en C/ Bla bla bla de Blu blu blu
- Ehmmmm, ese no es mi centro de salud
- Allí la tiene
Vale. Ajusticiar.
Pollos sin cabeza. Corriendo de un lado a otro sin obtener un beneficio. Rapidez, no es precisión.
Correr de un lado a otro sin objetivo claro.
Igual hay que buscar una sombra, sentarse unos minutos y pensar el paso siguiente.
Incluso, el paso, tal vez no lo des tu y lo de otro, pero será un paso.
Pedir justicia, predicar en el desierto, bajo el sol... y ese si, ese hoy es de justicia.
Llévalos hasta el borde del abismo, empújalos. El que vuele, se salva.
¡Que calor!
Animo y suerte
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