martes, 21 de mayo de 2024

Un cuento

 


Aquel hombre de pantalón negro y chaqueta marrón, caminaba con las manos en los bolsillos, empujando mucho, como si sus brazos pesaran por tener los puños de hierro.
Se le hacía una arruga extraña en la espalda, su cuello se elevaba y levantaba la mirada mientras todo su cuerpo parecía escurrirse hacia el suelo.
Miraba las ventanas, los tejados, incluso se detenía de vez en cuando, como si hubiera recordado algo o distinguiera a alguien conocido en una ventana o en la azotea de una casa.
Antes de cruzar la calle, giraba su cara hacia el sol intentando cargar una batería interna con esa energía y así continuar su camino de búsqueda.
Ahora era la copa de un árbol, ahora quedarse enganchado de una paloma en el arco superior de las farolas o una flor que crecía en la grieta del asfalto.
En un momento, sacó su mano derecha del bolsillo para rascarse la cabeza. El pico del lateral de la chaqueta no varió, seguía estirándose hacia el suelo como si el bolsillo estuviera lleno de guijarros.
La chaqueta, los bolsillos de la chaqueta, parecían una alforja.
El sol, conforme la mañana avanzaba, calentaba más.
Volvió a limpiar la secreción de su nariz, dobló el pañuelo y secó el sudor que empezaba a perlar su frente.
Ahí, de pie, frente al mar, daba la sensación de ser un barco perdido en la quietud del paseo como océano, sin un mínimo de brisa para empujar sus velas. Un naufrago a la espera de otro, en el horizonte.
Una mujer se detuvo a su lado y colocó la mano sobre su hombro.
Ella, llevaba una falda beige, por debajo de la rodilla y una blusa blanca, que contrastaba fuertemente con los colores que vestía él.
Viéndolos de espaldas, con el mar al fondo, Dalí podría haberlos pintado con el título: "Pareja de náufragos, mirando el mar".
Pasaron unos minutos y aquellos brazos dejaron de tener los puños de hierro.
El paseo se llenó de muchos más náufragos que caminaban sin destino, sin hora y sin día, a la búsqueda de la brisa que hinchara sus velas.
Telas ligeras, sombreros Panamá y otros de fieltro. Pasos cadenciosos que poco a poco se convertían en un baile al compas de las olas llegando a la arena.
¿Y para cuando un cuento con esperanzas? O un cuento de luz, o un cuento de risa.
O, simplemente, un cuento lleno de mentiras bonitas, dijo ella.
Un cuento de náufragos, más allá del horizonte, a la espera de brisa. ¿Te sirve?
Animo y suerte.

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