Jueves.
Diego me corrige. No son grietas, son fisuras.
Anoto:
- Hablar con Diego para resolver el problema de las fisuras (que no grietas) en paredes y techos.
Claro, claro. A las casas hay que darles un mantenimiento, como a casi todo.
Sigo con mi lista de planes para cuando se acabe todo esto.
- Unos calentadores en la terraza cubierta.
Las chicas estos días han establecido su centro de operaciones allí. Su habitación es para cuando les da el bajonazo y no quieren contagiar. O al menos eso creo.
- Tirar un cable para colocar el repetidor de señal.
El hueco del patio de luces sirve de escape a la señal de wifi.
Joder. Fisuras (que no grietas), escapes...
Y todo, por intentar retrasar la lectura de los periódicos.
Me quedo parado.
¿Y lo de mayo? ¿Y el evento de agosto? ¿Cómo será el verano? Semana Santa, ya no existe.
Cierro los ojos.
Veo a las chicas, con sus amores, despidiéndose cerca del chiringuito de la playa. ¿Vendrán a comer?
Me veo revisando páginas del nuevo libro.
Una foto, otra, otra más. Elijo cual es mejor para esa receta.
Veo amanecer desde la terraza. Paz, silencio. Mucha paz.
Los que se fueron. Los que ya no están. Los que ya nunca estarán. Si no es hoy, será mañana.
Ese olor del curry, del pan recién hecho; ese sonido al cortar una rebanada.
Respiro hondo. Sigo con los ojos cerrados. Huele a café.
Un día más, un día menos.
La fisura se convierte en grieta. Y por ahí, escapo.
Animo y suerte.
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