Empiezo el día escuchando la versión de Benjamín Prado (19 días y 500 noches después) de aquella de Joaquin Sabina (19 días y 500 noches).
La contestación.
𝑻𝒐𝒅𝒐 𝒍𝒐 𝒒𝒖𝒆 𝒔𝒆 𝒗𝒖𝒆𝒍𝒗𝒆 𝒂 𝒄𝒐𝒏𝒕𝒂𝒓 𝒚𝒂 𝒆𝒔 𝒐𝒕𝒓𝒂 𝒉𝒊𝒔𝒕𝒐𝒓𝒊𝒂
𝑻𝒐𝒅𝒐 𝒍𝒐 𝒒𝒖𝒆 𝒔𝒆 𝒓𝒐𝒎𝒑𝒆, 𝒊𝒏𝒗𝒆𝒏𝒕𝒂 𝒔𝒖 𝒆𝒏𝒆𝒎𝒊𝒈𝒐
𝒀 𝒍𝒂 𝒎𝒊𝒔𝒎𝒂 𝒄𝒂𝒏𝒄𝒊𝒐́𝒏, 𝒂𝒍 𝒄𝒂𝒎𝒃𝒊𝒂𝒓 𝒅𝒆 𝒑𝒆𝒓𝒔𝒐𝒏𝒂
𝑵𝒐 𝒅𝒊𝒄𝒆 𝒍𝒐 𝒅𝒆 𝒔𝒊𝒆𝒎𝒑𝒓𝒆 𝒄𝒖𝒂𝒏𝒅𝒐 𝒅𝒊𝒄𝒆 𝒍𝒐 𝒎𝒊𝒔𝒎𝒐
Ha llovido. Las chicas dejaron los cojines fuera y habrá que meterlos en la secadora.
La muñeca me duele, como esa historia que canta Travis Birds .
Un tropezón, como tantos otros, me llevó de bruces a besar la acera. Y, a un segundo de hacerlo, llegué a apoyar la mano derecha.
Tendré que ir al médico. Sigue doliendo, y han pasado más de 19 días, si.
Aquí no hay cicatriz, por ahora. Una venda elástica, sujeta el juego de la muñeca. Arriba, abajo y hacia la derecha. Es fácil. Pero cuando intento hacer un movimiento hacia la izquierda, la cosa se complica.
Yo lo escribo, tu lo lees. Y cambia el tono, cambia la intensidad del dolor.
Como en cualquier caída, cualquier tropezón. Yo tropiezo, te lo cuento, pero tu lo imaginas. Y no es el mismo equilibrio, ni la misma intensidad. Es otra, es la tuya.
Ha llegado la harina de centeno. Prepararé la masa madre, para en unos días volver a hacer pan, en honor y alegría de las eléctricas.
¿Te imaginas? Que bueno. Una venda elástica para los tropiezos. O una venda que nos ayude a ver las pérdidas, las caídas, con mirada de otro, del otro, de la otra.
𝑻𝒐𝒅𝒐 𝒅𝒂 𝒖𝒏𝒂 𝒅𝒆 𝒄𝒂𝒍 𝒚 𝒐𝒕𝒓𝒂 𝒅𝒆 𝒂𝒓𝒆𝒏𝒂
𝑻𝒐𝒅𝒂𝒔 𝒍𝒂𝒔 𝒄𝒂𝒓𝒂𝒔 𝒕𝒊𝒆𝒏𝒆𝒏 𝒔𝒖 𝒄𝒂𝒓𝒂 𝒚 𝒔𝒖 𝒄𝒓𝒖𝒛
𝑻𝒐𝒅𝒐𝒔 𝒔𝒐𝒎𝒐𝒔 𝒖𝒏 𝒑𝒂́𝒋𝒂𝒓𝒐 𝒒𝒖𝒆 𝒗𝒖𝒆𝒍𝒂
𝑨 𝒍𝒂 𝒗𝒆𝒛, 𝒉𝒂𝒄𝒊𝒂 𝒆𝒍 𝒏𝒐𝒓𝒕𝒆 𝒚 𝒉𝒂𝒄𝒊𝒂 𝒆𝒍 𝒔𝒖𝒓
Yo veo el cielo oscuro, pero allá, al fondo, empieza a empujar el sol.
Envolveré mi muñeca con la venda elástica. Con fuerza, para que no se note el dolor. Hasta que no sienta los dedos. En ese momento, volveré al recuerdo de mi tropiezo.
Animo y suerte.
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