Tengo que salir más a mirar. A inventarme historias sobre ese señor de mediana edad que cruza la calle, sobre aquel niño que mira hacia el parque, o sobre esa joven sentada en el banco de enfrente.
Volver a mirar ventanas iluminadas, en la oscuridad del patio, de madrugada.
Remover las estanterías, donde toneladas de libros descansan después del deber cumplido.
A veces, lo cotidiano es aterrador.
La vida pasa rápido, por mucho que intentemos vivir lento (Patricia Benito). Dejar que la mirada busque los detalles que traerán un recuerdo, o simplemente descubrir lo olvidado.
Tal vez sea que hay más de una vida, y más de dos o tres.
Una, que nos obligamos a vivir para estar ahí, en la vida de otros.
Otra, la que soñamos, y aquellos que no quieren enloquecer buscan desesperadamente caminando en círculos.
Pero la mejor, la que anhelas en silencio, con unos ventanales amplios, altos techos, llena de luz. Un lago tras la arboleda, una copa de vino. Sentirte cansado, agotado de vida, al caer la tarde.
A veces, lo cotidiano es aterrador.
Busco en una caja, y encuentro algo que ni recordaba haber perdido. Cuantas pérdidas que no recuerdo. Cuantas que perdieron el valor que ayer tenían.
Un mensaje en medio de la noche. Un ruido, poco habitual, en la calle. Un olor idealizado. Un perfume que alguien llevaba.
Una arruga nueva, en esa piel amable.
Noto una lágrima intentando escapar. No, ahora no.
Quiero ver el lago y tomar vino al amanecer.
A veces, lo cotidiano es aterrador.
Prado Enea - A 21 de octubre de 2021
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