martes, 8 de noviembre de 2022

Cartas que nunca enviaré (XXXIV)





𝗡𝗼 𝗹𝗲 𝗲𝗻𝗰𝘂𝗲𝗻𝘁𝗿𝗼 𝗲𝗹 𝗽𝘂𝗻𝘁𝗼 𝗮𝗹 𝗼𝗹𝘃𝗶𝗱𝗼, 𝗻𝗼 𝘀𝗲́ 𝘀𝗶 𝘁𝗲 𝗵𝗮𝘀 𝗺𝗮𝗿𝗰𝗵𝗮𝗱𝗼 𝗼 𝘆𝗼 𝗺𝗲 𝗵𝗲 𝗶𝗱𝗼, 𝗻𝗼𝘀 𝗱𝗶𝗷𝗶𝗺𝗼𝘀 𝗮𝗱𝗶𝗼́𝘀 𝗽𝗲𝗿𝗼 𝗻𝘂𝗻𝗰𝗮 𝗻𝗼𝘀 𝗱𝗲𝘀𝗽𝗲𝗱𝗶𝗺𝗼𝘀.
Así fue. Como dice la canción.
A estas horas, hace cinco años, hablamos por ultima vez.
Bajabas a la peluquería, querías estar guapa. Te noté animada, contenta.
No era fácil encontrar días así. Esa soledad que exigías, ese intento de seguir siendo tu, te cargaba de ansiedad. Ese abrigo oscuro que, daba igual que fuera invierno o verano, te ponías para oscurecerte, para no ver el brillo del sol.
Nos dijimos adiós, pero nunca nos despedimos.
El escalón, la policía, pasaban unos minutos del mediodía. La ambulancia. Una llamada.
Mientras conducía hacia un final cierto, que no aceptaba y no entendía, recordaba tu voz.
Hoy no consigo traerla a mi memoria. Parece que el tiempo te dejo muda en el recuerdo.
Sigue habiendo una gran caja de fotos que aun no he recogido. Platos, vasos, objetos que materializan la memoria de momentos vividos.
El doctor nos habló de la escala de Glasglow. Solo entendí, que te estabas yendo. Rápido, demasiado rápido.
Tu, me esperaste. Llegué para decirte adiós, para en la soledad de aquella habitación decirte lo que te había repetido mil veces. Para decirte en un susurro, lo que debería haberte dicho más veces y no lo hice.
Estabas ahí. Notaba el calor de tu mano.
𝗡𝗼 𝗹𝗲 𝗲𝗻𝗰𝘂𝗲𝗻𝘁𝗿𝗼 𝗲𝗹 𝗽𝘂𝗻𝘁𝗼 𝗮𝗹 𝗼𝗹𝘃𝗶𝗱𝗼, 𝗻𝗼 𝘀𝗲́ 𝘀𝗶 𝘁𝗲 𝗵𝗮𝘀 𝗺𝗮𝗿𝗰𝗵𝗮𝗱𝗼 𝗼 𝘆𝗼 𝗺𝗲 𝗵𝗲 𝗶𝗱𝗼, 𝗻𝗼𝘀 𝗱𝗶𝗷𝗶𝗺𝗼𝘀 𝗮𝗱𝗶𝗼́𝘀 𝗽𝗲𝗿𝗼 𝗻𝘂𝗻𝗰𝗮 𝗻𝗼𝘀 𝗱𝗲𝘀𝗽𝗲𝗱𝗶𝗺𝗼𝘀.
Llegó la madrugada y todo terminó, todo, menos el recuerdo.
Buen día mama, estés donde estés. Seguimos sin despedirnos.

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