*VII EDICIÓN CONCURSO DE RELATOS LAMUCCA
La puerta estaba entreabierta. No parecía forzada y una mortecina luz, pintaba un amarillento camino hacia el interior de la casa.
Miré dentro. El mueble de la entrada estaba desplazado, alguien había tropezado con él y un jarrón, estaba hecho añicos en el suelo. Las flores, esparcidas, sobre un charco de agua y cristales.
La habitación del fondo tenía luz. Puede que hubiera alguien allí.
Con pasos lentos e intentando no hacer ruido, entré. A la izquierda, la cocina. Un poco más adelante, a la derecha, el baño. Me sentía como una mezcla entre Harry “El sucio” y Serpico. Me temblaban las piernas y notaba como las gotas de sudor, se deslizaban por mi espalda.
¿Y si había alguien? ¿Quién me mandaba a mi asomarme a la casa de la vecina?
Al salir del ascensor, escuché golpes y algún grito que me pusieron en alerta. Ahora, estaba, tembloroso y asustado, sin poder decidir si dar un paso adelante, hacia la luz o varios atrás, y salir de la casa para llamar a la policía.
Un paso más. Sobre una silla, se distinguía un abrigo y un bolso, justo debajo, en el suelo unos zapatos y una bufanda. Había visto a mi vecina, más de una vez, con ese abrigo al cruzarnos en el portal.
Tenía el pelo corto, muy corto. Había conseguido verlo en alguna ocasión en la que , seguramente por descuido, no escondía su cabeza bajo algún pañuelo, o una gorra.
No muy alta, silenciosa y siempre con prisa. Su bolso colgando del hombro y un saludo con tono de murmullo al coincidir en el portal o en el descansillo. Me caía bien, aunque solo había cruzado breves frases sobre la meteorología, o el tiempo que tardaba el ascensor en subir o bajar. Sabía si había pasado por delante de mí puerta, por su perfume. Ese mismo perfume de violetas que ahora se mezclaba con mi olor corporal, pegado a la pared y notándome la respiración, cada vez más agitada.
Si, había alguien. Las sombras delataban movimientos en el interior de la habitación.
Tanteando los muebles que iba encontrando , fui avanzando hacia la luz. Al dar un nuevo paso, me golpeé la rodilla con una mesita que no había podido distinguir y quedé en medio de la puerta, dando saltos a la pata coja sujetando con mis manos, la zona dolorida.
Así, haciendo equilibrios sobre un pie, vi dos hombres frente a frente, apuntándose con sus armas. Los dos giraron la cabeza para mirarme. Pasaron dos, tres segundos. Volvieron a la posición en la que se encontraban, cuando los interrumpí y comenzaron a dispararse, el uno al otro, hasta caer al suelo.
Ruido ensordecedor, dos hombres cubiertos de sangre. Y ese perfume, perfume de violetas.
A mi espalda, su voz:
– ¿Qué haces aquí?
Al girarme, vi el Smith & Wesson Modelo 29 con el que me apuntaba y mientras notaba como mi orina se escurría por la pernera del pantalón, solo fui capaz de decir:
– ¿Puedes darme una tacita de azúcar?
Marzo, 2023
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