Con la yema de los dedos aun siento aquellos dientes hincándose en la piel. Fue un instante. Solo los goterones luminosos que pintaron el suelo, como si intentaran delimitar un carril y un arcén, mientras corría.
Un salto, un giro y mi brazo paro en su boca.
Aquellos ojos color miel, hicieron que el alma saliera por la grieta. Sangre, vísceras, una herida más.
Con la yema de los dedos aun siento aquella grieta por donde entró la luz, por donde el alma se escapó. Ese color dorado, no es luz. Es el oro que para siempre la selló.
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