miércoles, 23 de septiembre de 2020

Cartas que nunca enviaré (XI)



Miércoles. 
Hola, espero que estes bien. O por lo menos que este puto virus, este mal sueño, te haya respetado.
La semana pasada estuve cerca del mar, aunque, fue raro para mi. Un mar, sin olas.
Como estas cartas que me empeño en escribir, y no enviar. No encajan, ni las cartas, ni la falta de oleaje.
Me senté unos minutos en un pequeño parque, junto a la zona de juegos. Había unos columpios y un tobogán. Ni un solo niño.
Recordé cuando mis hijas estaban en edad de parque. Pedían una y otra vez, deslizarse por esa inclinada superficie.
No necesitaban saber subir los peldaños, yo las colocaba allí arriba y de alguna manera que no recuerdo, las sujetaba, sin que se notara, en su vertiginosa bajada.
Cuando ya aprendieron a subir la escalera, su interés disminuyó. Solo querían subir.
Cuántas veces nos empeñamos en lanzarnos por toboganes, sin tan siquiera saber andar. Nos puede ese vértigo, nos puede la impaciencia.
Cuántas veces nos empeñamos en subir, escaleras interminables que conducen a ninguna parte, pensé.
Desee bailar. Girar como un derviche en su samá, sonando flautas y tambores. Volver a Konya, Van, Antalya, Ankara o Estambul. Girar, girar, en un mar sin olas.
El aguacate, sigue ahí.
Cuidate mucho, el otoño ya está aquí.
Animo y suerte.


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