martes, 20 de septiembre de 2022

Cartas que nunca enviaré (XXXIII)



Hola. Espero que todo te vaya bien y lo digo con total sinceridad.
Lo has notado ¿verdad?. He remarcado lo de sinceridad, para que entiendas que cada día te guardo menos rencor. Que aquella primera oleada de rabia y de odio, con el tiempo, se ha calmado. Ha sido a base de mucha terapia, si, lo asumo. De darme más valor a mi, y mucho menos a ti.
De convencerme que en este asunto, yo soy el más importante.
Hay amaneceres en los que veo el cielo tan inmenso que no puedo dejar de pensar en aquella frase, "bajo el mismo cielo". A cientos, a miles de kilómetros, pero con un cielo que nos ampara, que nos cubre, que es común o que al fin, nos separa.
Hoy, seguro que te hubiera gustado. Aquí las nubes son caprichosas y el estar tan cerca del mar, hace que se generen formas curiosas, incluso abrumadoras por su tamaño y sus colores.
Hace años, hice una foto de un paisaje (la buscaré). No me di cuenta y estaba viéndola invertida. Me pareció interesante que mi cerebro aceptara, como normal, una imagen que no era real.
El cielo, creaba un mar inexistente, bañando una playa imaginaria.
El cielo.
Ahora, buscando esa imagen que te decía (la he encontrado), me acabo de dar cuenta de que es algo icónico en muchas de mis cartas y reflexiones. Me puede, me gana siempre.
Levanto la cabeza y está ahí. Soleado, con nubes, más brillante o más oscuro. A veces amenazante, otras cálido y acogedor. Relajante y lleno de estrellas.
He salido a mirarlo. Me mira, lo miro.
El sol, brilla y calienta con fuerza.
¿Tu miras el cielo?
Para mi, es una necesidad.
Tengo corvinas. Las haré al horno, con limón, ajos y vino blanco.
¿Sabes? El cielo, da fuerza. Me da fuerza.
Con mis mejores deseos.

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