Desde hace unos años, la fuerza y el empuje de septiembre se amainan al llegar octubre.
Es como si la batería anduviera en su nivel más bajo.
Pierdo el interés o, simplemente, acepto llegar tarde a todo.
Aumento las caminatas y, por consiguiente, el cansancio.
Puede ser que mi cuerpo pida una pausa o que, de pronto, sea ingrávido.
Escucho por casualidad (tal vez no) 𝐄𝐯𝐞𝐫𝐲𝐭𝐡𝐢𝐧𝐠 𝐈 𝐰𝐚𝐧𝐭𝐞𝐝 de 𝐁𝐢𝐥𝐥𝐢𝐞 𝐄𝐢𝐥𝐢𝐬𝐡.
Floto. No estoy.
Cierro los ojos y pongo mis dedos sobre el altavoz. Sigo el ritmo con un vaivén de mi cabeza.
𝑻𝒖𝒗𝒆 𝒖𝒏 𝒔𝒖𝒆𝒏̃𝒐.
𝑻𝒖𝒗𝒆 𝒕𝒐𝒅𝒐 𝒍𝒐 𝒒𝒖𝒆 𝒒𝒖𝒆𝒓𝒊́𝒂.
Son esos momentos en los que nada del pasado importa. Lo pasado, pasado está. Dejar que ocurra, sin un objetivo especial. Sin retos. Pienso en personas a cientos, a miles de kilómetros.
Pienso en vueltas al sol. En lo que fue, o en lo que pudo ser.
En lo que, ahora, es.
No voy más allá. Octubre me hace ir despacio, borrando noviembre y arañando septiembre.
No tengo prisa en ir, ni tan siquiera en volver.
Quiero ir, cuando el momento sea de ir. Querré volver, cuando el momento agite pañuelos en cualquier estación.
Demasiadas despedidas.
Puede que el otoño, siempre, sea una despedida que no quiero vivir. Por eso avanzo despacio, incluso me paro.
Empieza a anochecer y las manecillas de un reloj que solo veo yo, se mueven lentamente hacia un nuevo día, que espero tarde en llegar.
Simplemente, por no tener prisa, por no querer avanzar más allá. Porque no quiero despedidas, porque quiero quedarme aquí, ahí, donde un día soñé.
Y llegará noviembre, y saldrá la Luna a esperar al Sol, volverá Venus en un radiante amanecer, mañana.
𝑻𝒖𝒗𝒆 𝒖𝒏 𝒔𝒖𝒆𝒏̃𝒐.
𝑻𝒖𝒗𝒆 𝒕𝒐𝒅𝒐 𝒍𝒐 𝒒𝒖𝒆 𝒒𝒖𝒆𝒓𝒊́𝒂.
Animo y suerte.
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