El síndrome de la hoja en blanco.
No suelo tenerlo, lo conozco y es aterrador.
Enfrentarte a una página en banco con la obligación de crear algo. Escribir o describir un plan, una norma, una política, un procedimiento, una despedida, una bienvenida o un discurso.
Mil pautas aprendidas que sirven de poco si no hay ese arranque, esa ambición desmedida (como C.Tangana) que, te va dejando gota a gota en algún lugar del cerebro, las palabras que transmites a tu dedos.
He perdido la necesidad de agradar. Busco mi medicina como si fuera una droga, más que un bálsamo. Necesito llevar a palabras todo aquello que me recorre por dentro. Y no, no lo digo todo. Podría ser muy duro, pero ya he aprendido que muchos de mi demonios son solo míos y los alimento dentro de mi.
Opiniones. ¿Sirven de algo?. En algún caso he pretendido mostrar un camino, o eso me dicen y yo me lo creo porque me gusta la imagen, no porque considere que sea cierto. Yo, mostrando un camino.
Yo, que necesito el GPS para ir al supermercado, yo que me desoriento en una rotonda, mostrando caminos.
𝙔 𝙮𝙤 𝙦𝙪𝙚, 𝙝𝙖𝙨𝙩𝙖 𝙖𝙮𝙚𝙧, decía la canción, 𝙛𝙪𝙞 𝙪𝙣 𝙝𝙤𝙡𝙜𝙖𝙯𝙖́𝙣
𝙝𝙤𝙮 𝙨𝙤𝙮 𝙚𝙡 𝙜𝙪𝙖𝙧𝙙𝙞𝙖́𝙣 𝙙𝙚 𝙨𝙪𝙨 𝙨𝙪𝙚𝙣̃𝙤𝙨 𝙙𝙚 𝙖𝙢𝙤𝙧
𝙡𝙖 𝙦𝙪𝙞𝙚𝙧𝙤 𝙖 𝙢𝙤𝙧𝙞𝙧...
Desde aquellas noches de estudio y ajedrez, de café y Katovit, hasta estas madrugadas, ¿Cuántas palabras habré escrito?
Entre página y página de anotaciones, con el clorhidrato de prolintano haciendo su efecto, jugábamos al ajedrez y cuando el sol nos saludaba íbamos a desayunar a la gasolinera, donde unas cuanta máquinas de autoservicio formaban nuestra "cafetería galáctica" particular.
Actas, presupuestos, facturas, recibos, exámenes, presentaciones, llenas de palabras que no hacían sentir nada. Eran obligaciones que enmudecían el torrente, que acallaban el ansia.
Escribía poemas, cuentos cortos que, seguro, descansaran en alguna maleta perdida o se habrán desintegrado ya.
Relatos con letra desigual, con su planteamiento, su nudo y su desenlace.
Tengo un documento de casi 170 páginas que debo leer y valorar. Te juro que me apetece cero.
Preferiría hablarte de aquel ático, en la Plaza de la Inmaculada, al lado del Coso, cerca del Teatro Olimpia. De aquel Mini Morris azul que Kiko conducía hasta la gasolinera, de las fotos de fotomatón al lado del Casino, de los tapes de lo botes de Dixan que servían de plato volador, mientras Ramón sacaba un caldo de la máquina y alguien, al lado, liaba un canuto "para despejar".
Palabras, palabras. Todo está en ellas. Lo que pasó, lo que deseamos que pase.
Siempre puedes utilizar aquella cita de un discurso de Cayo Tito al senado romano, 𝑉𝑒𝑟𝑏𝑎 𝑣𝑜𝑙𝑎𝑛𝑡, 𝑠𝑐𝑟ī𝑝𝑡𝑎 𝑚ā𝑛𝑒𝑛𝑡. Las palabras vuelan, lo escrito queda.
Aunque yo mantengo mi máxima: 𝗘𝘀𝗰𝗿𝗶𝗯𝗲, 𝗲𝘀𝗰𝗿𝗶𝗯𝗲, 𝗽𝗮𝗿𝗮 𝗾𝘂𝗲 𝗹𝗮 𝗹𝗼𝗰𝘂𝗿𝗮 𝗻𝗼 𝘁𝗲 𝗽𝘂𝗲𝗱𝗮 𝘆 𝘁𝗼𝗱𝗼, 𝗮𝗹𝗴𝘂́𝗻 𝗱𝗶́𝗮, 𝘀𝗲𝗮 𝗽𝗼𝘀𝗶𝗯𝗹𝗲.
Lástima, el Katovit lo prohibieron, igual que el Optalidón.
Tengo lectura. Animo y suerte.
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