Son las 7:30. Café.
¿A que hora amanece?
Quedan 19 minutos.
El cielo muestra una nube a girones y el arrebol comienza a superponerse sobre el azul.
Salgo atropelladamente hacia el mar. Saludo a los vecinos. Empiezan su jornada muy pronto.
Me da tiempo.
En mi oído, la normalización de los conflictos bélicos.
A continuación el preámbulo de Naciones Unidas:
… preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra
… reafirmar la fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana, en la igualdad de derechos de hombres y mujeres y de las naciones grandes y pequeñas
Y sigue.
Si, sería bueno que se revisase. Nos encanta escribir buenos deseos.
Nosotros los pueblos de las Naciones Unidas, bla, bla, bla.
Los tonos rojizos brillan por el empuje del sol.
Comienza el amanecer. Imposible mirar fijamente a ese punto. Estalla un nuevo día.
Rojos, azules, amarillos.
Estremece un espectáculo así.
Los sonidos de las noticias, se anulan. No hay bombas, no hay discusión.
𝙽𝚞𝚎𝚜𝚝𝚛𝚊 𝚗𝚎𝚌𝚎𝚜𝚒𝚍𝚊𝚍 𝚍𝚎 𝚌𝚘𝚗𝚜𝚞𝚎𝚕𝚘 𝚎𝚜 𝚒𝚗𝚜𝚊𝚌𝚒𝚊𝚋𝚕𝚎: tituló Stig Dagerman su testamento literario.
Un amanecer es todo el consuelo disponible. Poco más de dos, tres minutos, hacen que ese instante efímero, me tranquilice y me haga sentir fuera de aquí.
No soy, ni tan siguiera, de los míos.
Esa bola brillante comienza su ascenso por encima del horizonte y aunque estemos bajo el mismo cielo, me inunda la soledad.
Si, Galeano:
𝐎𝐣𝐚𝐥𝐚́ 𝐩𝐨𝐝𝐚𝐦𝐨𝐬 𝐬𝐞𝐫 𝐭𝐚𝐧 𝐩𝐨𝐫𝐟𝐢𝐚𝐝𝐨𝐬 𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐬𝐞𝐠𝐮𝐢𝐫 𝐜𝐫𝐞𝐲𝐞𝐧𝐝𝐨, 𝐜𝐨𝐧𝐭𝐫𝐚 𝐭𝐨𝐝𝐚 𝐞𝐯𝐢𝐝𝐞𝐧𝐜𝐢𝐚, 𝐪𝐮𝐞 𝐥𝐚 𝐜𝐨𝐧𝐝𝐢𝐜𝐢𝐨́𝐧 𝐡𝐮𝐦𝐚𝐧𝐚 𝐯𝐚𝐥𝐞 𝐥𝐚 𝐩𝐞𝐧𝐚, 𝐩𝐨𝐫𝐪𝐮𝐞 𝐡𝐞𝐦𝐨𝐬 𝐬𝐢𝐝𝐨 𝐦𝐚𝐥 𝐡𝐞𝐜𝐡𝐨𝐬, 𝐩𝐞𝐫𝐨 𝐧𝐨 𝐞𝐬𝐭𝐚𝐦𝐨𝐬 𝐭𝐞𝐫𝐦𝐢𝐧𝐚𝐝𝐨𝐬.
Queda mucho trabajo por hacer.
Animo y suerte.
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