Mientas conducía, intentaba que mi cabeza fuera una grabadora. Era imposible tomar instantáneas en todas las direcciones.
De frente y a los lados, la montaña me mostraba su amanecer. El verde de la arboleda, las sombras jugando en cada curva.
A mi espalda, el mar me despedía en un viaje a ninguna parte, o así quise verlo. Como aquellos cómicos de Fernando Fernán Gómez, que despiden una época.
El río a mi izquierda. Todo estaba muy verde. En pocos minutos, los campos de cereales me darán los buenos días, protegidos por hierbas salpicadas de amapolas y margaritas.
Que por mayo era por mayo
cuando hace la calor
cuando los trigos encañan
y están los campos en flor
Empiezo a tararear el Romance del prisionero, mientras una larga recta me presenta el paisaje en cinemascope.
Era una de las canciones que cantaba, como nana, a mis hijas. La versión de Paco Ibáñez, bajando mucho la voz y tratando de acariciar más que cantar.
Cuando canta la calandriaY responde el ruiseñorCuando los enamoradosVan a servir al amor
Frondosos árboles franquean la carretera. Recuerdo haber pasado por aquí cientos de veces. Juego mentalmente con sus formas al no disponer de nubes para el entretenimiento.
Este, el de la izquierda, parece una cara y mientras me acerco se convierte en una gallina, con su cresta y su pico. Hace años, uno de estos árboles, era un pollito. Tal vez era el mismo que ya ha crecido.
La laguna queda atrás y poco a poco, llego a la zona de huertas. Una rotonda, dos, entrada a la ciudad.
Con suerte, aun no habrán cerrado. He perdido ya la memoria de este lugar.
sino yo, triste, cuitado,
que vivo en esta prisión;
que ni sé cuándo es de día
ni cuándo las noches son,
Claveles rojos, blancos y jaspeados, unas hojas de helecho verdes y ramitas de paniculata blanca completan el ramo.
El calor es de puro verano. La entrada al cementerio está desierta, es casi la hora de comer.
Al final del camino, una fuente donde los visitantes a los finados, cogen agua para regar las flores del recuerdo.
No he traído botella, pero, recuerdo que en uno de los cipreses cercanos al nicho familiar mis padres "escondían" una de plástico para estos momentos. Si, sigue ahí.
Monto el ramo. Leo nombres, fechas. Me sorprendo del tiempo transcurrido en la muerte y en la vida.
Sino por una avecilla
Que me cantaba el albor
Matómela un ballestero
Dele Dios mal galardón
Aun tengo tiempo para pasear por el parque y saludar a las pajaritas danto un repaso a la memoria
Los bancos donde comíamos pipas, donde nos besamos, donde el primer amor y las primeras borracheras me dieron calor en invierno.
El templete de la música. Los plataneros.
Camino al hotel veo comercios, locales y edificios que no conozco. Si recuerdo donde estaba el Banco Zaragozano, la estación de autobuses, incluso aquella pequeña tienda de chucherías que ocupaba un mínimo espacio en el patio de una casa.
Aquel chalet de La Petra, la Casa de Socorro...
Volver para irse. Irse para volver a ninguna parte.
Que por mayo era por mayo
cuando hace la calor
cuando los trigos encañan
y están los campos en flor
Matómela un ballestero
Dele Dios mal galardón
Animo y suerte.
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