Ayer, lamentablemente, di un salto al pasado. Me encontré con el "funcionariado" más casposo que podría haber imaginado.
Después de intentar que la Administración electrónica resolviera mis dudas, pedí cita previa.
El gran recurso que, en tiempos de pandemia, permitía mantener distancias y que ahora también mantiene "la distancia".
En una gran sala (y cuando digo "gran" es que era muy, muy grande) había hasta 12 puestos de atención a ciudadanos.
Tras atravesar un control, ejercido de forma férrea por un empleado de una empresa de seguridad, y darme cuenta de que los conocimientos sobre procedimientos administrativos por parte de aquel caballero eran enciclopédicos, tomé un nuevo número de la máquina dispensadora.
De los 12 puestos, sólo la mitad estaban ocupados por algún funcionario, y no todos estaban dando atención.
Cita solicitada a las 9:30. Casi 30 minutos después, mi código de números y letras salta en la pantalla. Mesa 6.
Me da la sensación de que aquello no va bien. Mentalmente, mientras me dirijo al fondo de la gran sala, me hago el firme propósito de mantener un perfil bajo. Yo no se nada. Yo, no he mirado la web por arriba y por abajo. Yo, no me he leído el Boletín Oficial. Yo vengo a que me expliquen.
Yo... no se si sentarme. La funcionaria del otro lado de la mampara no me mira.
Ni tan siquiera levanta la cabeza, pero ha dicho algo que no llego a escuchar por el grosor del muro transparente que la rodea.
- ¿Perdón?
- ¿Qué deseaba?
Trato de hacer mis dos consultas pero no llego ni a terminar de enunciar la primera.
Adopto un perfil mucho más bajo y dejo que aquella persona que sabe mucho mejor que yo, lo que quiero preguntar, se explaye.
Intento, diciendo aquello de "creo que no me he explicado", echarme la culpa del error y así retomar el punto de la consulta.
Pues no. Ella, sigue.
Llegado un momento de su discurso, se levanta con mi documento de identidad en la mano (¿será para que no me escape?) y busca una impresora (que no encuentra ¿la usa poco?) donde saldrá la información que ha decidido que es de mi interés.
Cuando vuelve con un manojo de hojas, pienso en aquella canción de los nardos apoyaos en la cadera, como si fueran folios. Perfil más bajo. Estoy rozando el suelo.
Ella sonríe. Se siente satisfecha y me mira mientras me repite la información que aparece en los documentos y que yo, por mucho que insista, no necesito.
En ese momento de debilidad por su parte, casi sin respirar, le hago ver que esa información no es la que busco y le detallo, de nuevo, mi necesidad.
- Mire, ¿ve usted aquel pasillo?. Tome otro número de la máquina y mis compañeros le resolverán esa duda.
Intente que mi cara reflejara agradecimiento, como el siervo agradece al amo que lo deje vivir, aunque Dexter, aquel asesino en serie de la televisión pugnaba por salir de mi interior.
Eran las 11:00.
Estoy al fondo de aquel pasillo con un nuevo número. Veo dos funcionarios que increpan al caballero de seguridad para que controle lo que llega a su territorio. Uno de ellos, coge su bolso y se va. Queda uno. Somos cuatro personas esperando. Un matrimonio con una criatura que derrocha rizos y risas, otro caballero y yo.
En fin. Os ahorro los detalles.
Querían que volviera al sitio de donde venía. Comprobé que desconocían la legislación y se llevaban fatal con sus compañeros del otro lado del pasillo.
Mi tono cambió de perfil bajo a cajas destempladas.
- No, no. Si tiene usted toda la razón. Proteste, quéjese, está en su derecho. Pero, espere por favor, no se vaya. Que ahora viene mi compañero que lleva un chorro de años aquí y le hará ver que está equivocado y que usted no quiere esa información.
Claro. Un pasillo de distancia y un muro transparente.
Nos merecemos lo que tenemos. Si.
Animo y suerte.
Pdta.: Si algún funcionario se siente aludido, pues eso, proteste, quéjese, está en su derecho. Yo, voy a hacerlo ahora mismo.
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