Marcar finales, para pintar inicios.
No es sencillo, y no solo por las cargas emocionales que puedan existir.
Al afeitarme esta mañana y mirarme al espejo, sigo descubriéndome. Me siento afortunado por cada arruga, por cada línea que la rabia y la alegría han marcado en mi piel.
No duelen demasiado los huesos.
Conforme la maquinilla marca surcos sobre el jabón, hago un rápido repaso. Momentos de éxito, de sueños, de caídas, de lágrimas. Días maravillosos, y otros que se echaron a perder, por mi forma de afrontarlos o porque alguien rompió el suelo de cristal sobre el que se construyeron.
Sigo ahí. Me reconozco. Mis ojos me saludan con sus patas de gallo. Los entorno y noto mi ansiedad, mis ganas, ese ¡vamos! que me empuja. Siguen brillando.
Quedan muy lejos aquellos días de mirar fuera.
El agua de la ducha golpea mi espalda. Intento notar como se desliza hasta mis pantorrillas. Levanto la cabeza y busco que esas pequeñas gotas me den en la cara.
El cielo cambia del gris al amarillo, llovizna, vuelve al gris y los tonos azules aparecen entre los nubarrones.
Hay un café en la encimera del lavabo. Me gusta solo, da igual que esté caliente o frío.
Trato de colocar mi pelo de una forma respetable.
Comienza otro día de mirar dentro, de pensar en el nuevo camino, de construir.
Da igual el tiempo que quede, es el que tengo y no lo pienso desaprovechar.
Un maravilloso día de lluvia.
Un nuevo maravilloso día.
Animo y suerte.
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