Me gusta hacer planes. La vida, esa que ocurre mientras estas a otra cosa, colabora constantemente en cambiarlos, modifica lo que supones inamovible y así te obliga al ejercicio de rehacer.
Si esto no ocurriera, que la vida vaya a su bola y no tenga en cuenta mis deseos, me aburriría, seguro. O yo mismo cambiaría algo, para rehacer el camino y estar en lo que me gusta. Planear, moverme.
Claro, si lo previsto es ir a la derecha y justo ahí la vida se empeña en construir un muro o crear un abismo, habrá que dar marcha atrás y girar a la izquierda, o prepararte para hacer un curso de paracaidismo o de escalada, para salvar el obstáculo.
Nunca sabes en que momento el castillo de naipes se vendrá abajo. Tu vas colocando las cartas con todo el cuidado del mundo. Notas como tiemblan tus dedos justo en el ultimo momento. Una carta roza a otra, la depositas y mantiene su posición. Todo está bien. Vas a buscar otro naipe para seguir con tu ejercicio de arquitectura y sin darte cuenta, una ráfaga de aire o la propia fragilidad de la construcción, hace que termine siendo nada.
Volvemos a empezar.
Tal vez deba usar dos naipes a la vez, o tres, o cinco.
Cuando ya has llegado a comprar un pegamento suficientemente fuerte, has añadido puntales, cuerdas, anclajes, y andas por el quinto piso de tu plan, un huracán azota la zona de construcción.
Volvemos a empezar.
En algún momento conseguiremos el objetivo del plan y abriremos otro capítulo, otro plan.
Otro castillo de naipes, frágil, maravilloso, en el que la vida, si quiere, colaborará.
He llenado el cuenco de los pájaros de frutos secos, se acercan tímidamente.
Volvemos a empezar. Maldito Bruckner.
𝗬𝗮 𝗻𝗼 𝘁𝗲𝗻𝗱𝗿𝗲𝗺𝗼𝘀 𝘂𝗻𝗮 𝘀𝗲𝗴𝘂𝗻𝗱𝗮 𝗼 𝘁𝗲𝗿𝗰𝗲𝗿𝗮 𝗼𝗽𝗼𝗿𝘁𝘂𝗻𝗶𝗱𝗮𝗱. 𝗟𝗹𝗲𝗴𝗮 𝘂𝗻 𝗺𝗼𝗺𝗲𝗻𝘁𝗼 𝗾𝘂𝗲 𝙚𝙨 𝙙𝙚𝙢𝙖𝙨𝙞𝙖𝙙𝙤 𝙩𝙖𝙧𝙙𝙚 𝙥𝙖𝙧𝙖 𝙚𝙡 𝙙𝙚𝙢𝙖𝙨𝙞𝙖𝙙𝙤 𝙩𝙖𝙧𝙙𝙚.
Volvemos a empezar, para seguir.
Animo y suerte.
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