sábado, 10 de octubre de 2020

Cartas que nunca enviaré (XII)



Sábado. 
Hola.
Digo hola, pero debería decir adiós.
Cuando alguien se va, poco a poco, la memoria cura la herida.
Quieras o no, si alguien te recuerda a esa persona, preguntándote por ella o sacando en la conversación lugares comunes o momentos vividos, notas ese dolor en los huesos, ese, que para buscarle explicación culpamos a la humedad, al invierno, a la vejez.
Incluso llegas a pensar, si la herida realmente se cerró, ¿por qué te duele la cicatriz?
¿Sabes? Ahora, mientras te escribo, me doy cuenta de que tengo muchas heridas. Unas, de la vida. Otras, también.
Mira, en la mano izquierda, sobre el nudillo del dedo anular veo una. Se rompió aquella taza de porcelana tan bonita, y al quererla sujetar ... Fue un corte profundo.
En el antebrazo, de mis tiempos deportistas, alguien dejó la huella de sus incisivos.
Incontables las heridas de cuchillos, por despiste, por confianza, por creerme más listo o más hábil de lo que soy.
Hoy, me despido de ti. Y de ti, y de ti. También de ti.
Me despido de los que se fueron, por su propia decisión, o porque la vida los reclamó. Me despido de muchas heridas.
Me despido de ti, para que tu cicatriz no me duela más.
También de ti, porque la zona donde estuvo la herida, a veces, se enrojece y me lleva a risas, a besos y a abrazos que no volverán.
Me despido de ti, porque a veces el alma duele y son las cicatrices que hay en ella, las heridas aún abiertas.
Y todo fue por despiste, por confianza, por creerme más listo o más hábil de lo que soy.
Personas como cuchillos, en mi piel, en mi alma.
Animo y suerte.
 

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#lavidaenunataza
#AcuerdatedeVIVIR
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