sábado, 14 de noviembre de 2020

Cartas que nunca enviaré (XIV)



Sábado.

Espero que al recibo de la presente, todos estéis bien. Por aquí, sigo en ese "confinamiento" personal que nadie gestiona mas que yo.

Salgo lo justo. Algún paseo y comidas o cenas puntuales, en lugares abiertos y de grupo muy reducido.
Trabajo, escribo, cocino y sigo con mis planes, deseando que el #putovirus se relaje para poder viajar y encontrar un sitio de destino.
Ha empezado a llover, y como me suele ocurrir, me he quedado colgado con la mirada perdida en el horizonte.
No intento borrar tu imagen, ni convencerme de que lo que sé de tí lo leí en algún sitio. No pienso siquiera en que los lugares, las imágenes, se crearon con la idea de formar parte de una historia que alguien usó.
A veces, hay personas que te marcan. Un profesor del colegio, aquel amigo de la infancia o de la pubertad que falleció y que era buena gente. Aquella muchacha que te avergonzó por tu ignorancia a la hora de demostrar tus sentimientos. O aquella a la que hiciste llorar tantas veces, forjando una persona que no eras.
Aquel otro que te dijo: "Voy a serte sincero". O aquella que siempre mostró una sonrisa de ojos para ti.
Otras, siguen ahí por la cicatriz que crearon, o por la que tu mismo construiste. Por eso que podríamos llamar fraude emocional. Si, te engañaron, abusaron de tu confianza, o simplemente creaste expectativas que estaban a años luz de la realidad.
Sigo escribiéndote porque aquello en lo que creí, estará siempre muy por encima de ti. Porque esa persona que recuerdo, será siempre mucho mejor que tú, por cien años que vivas.
No, no te escribo a ti. Escribo a un recuerdo. Escribo a alguien que falleció en un accidente o en una cama de hospital. Se la llevó una enfermedad fulminante, inesperada.
Queridos recuerdos:
Espero que sigáis bien, durante muchos años. Sobre todo, aquellos que hacen que la marca sea dulce como un caramelo.
Animo y suerte.

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