martes, 2 de agosto de 2022

Cartas que nunca enviaré (XXXI)



Llevo ya algunos días pensando en esta carta.
Te la debo. Es mi obligación.
Has sido testigo mudo de todo tipo de situaciones, alegres, tristes; refugio del miedo, de la ansiedad, de la depresión. Lugar seguro de descanso y de protección. De regreso y de huida.
Un portazo, un grito, o cien. Siempre fuiste capaz de llevarnos a la casilla de salida. Fuiste cárcel, paraíso, puente y escala.
El suelo cálido de madera, las paredes con fotos, libros y grandes murales.
Sueños y planes que cambiaron los colores, que hicieron del horizonte una meta.
Noches de insomnio, de desesperación, de espera. Noches de café y estrellas. Amaneceres luminosos, apacibles y reconfortantes.
En cada estancia, una vida. En el pasillo, el cruce, el roce, la mirada.
Lugar de encuentro, de crecimiento, de duda. Vida.
Olores a bizcocho, a galletas, a pan recién hecho, a comida rica.
Colonias frescas y perfumes penetrantes. Abrir armarios, cajones y heridas. Cerrar ciclos, empezar el vuelo, volar alto, muy alto.
Sonrisas, risas, abrazos apretados, buscando fusión de carne y sentimiento.
Hace solo unos días, pasé por ultima vez mis dedos por tu piel. Una cascara vacía, hecha de sangre, hormigón y almas.
Era una tarea difícil, encontrar mejores palabras que las que Blanki escribió.
𝘘𝘶𝘦𝘳𝘪𝘥𝘢 𝘤𝘢𝘴𝘢 𝘵𝘦 𝘦𝘴𝘤𝘳𝘪𝘣𝘰 𝘱𝘰𝘳𝘲𝘶𝘦 𝘮𝘦 𝘨𝘶𝘴𝘵𝘢𝘴 𝘮𝘶𝘤𝘩𝘰.
𝘓𝘢 𝘩𝘢𝘣𝘪𝘵𝘢𝘤𝘪𝘰́𝘯, 𝘭𝘢 𝘤𝘰𝘤𝘪𝘯𝘢, 𝘦𝘭 𝘴𝘢𝘭𝘰́𝘯, 𝘦𝘵𝘤. 𝘠 𝘮𝘦 𝘱𝘳𝘦𝘨𝘶𝘯𝘵𝘢𝘣𝘢 𝘴𝘪 𝘦𝘳𝘦𝘴 𝘶𝘯𝘢 𝘱𝘦𝘳𝘴𝘰𝘯𝘢. 𝘠 𝘴𝘪 𝘮𝘦 𝘥𝘪𝘫𝘦𝘳𝘢𝘯 𝘲𝘶𝘦 𝘮𝘦 𝘤𝘢𝘮𝘣𝘪𝘰 𝘥𝘦 𝘤𝘢𝘴𝘢 𝘮𝘦 ........ 𝘱𝘰𝘯𝘥𝘳𝘪́𝘢 𝘢 𝘭𝘭𝘰𝘳𝘢𝘳 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘭𝘢𝘴 𝘯𝘶𝘣𝘦𝘴.
Querida casa:
Con esta carta, quiero agradecer tu ayuda, tu apoyo, tu protección, tu alma.
Se que a tus nuevos dueños, los cuidaras y protegerás tanto o más que a nosotros y que si un día te dejan, lloraran igual que las nubes.
Siempre serás mi casa. Nuestra casa. Gracias.

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