jueves, 25 de agosto de 2022

Alas blancas, alas negras.



Tal vez, ayer, no era yo.
Por casualidad, releí un texto de los publicados hace tiempo.
Me sorprendí leyendo a alguien que no conocía, o mejor, leyendo algo que no reconocí como propio.
Heráclito afirmaba que nadie puede bañarse dos veces en un mismo rio. Porque aunque aparentemente el río es el mismo, su cauce, el agua que corre por él, han cambiado.
“En el mismo río entramos y no entramos, pues somos y no somos (los mismos)”
Ayer, fui consciente de mi cambio. Un yo, que nace y se destruye cada día, cada hora, cada minuto.
Floto, fluyo, con mayor o menor fortuna, en aguas cambiantes.
He reducido elementos en la ecuación. No hay más camino que aquel que se abre ante mi.
Empinado o en descenso. Hoy, cómodo. Mañana, con lluvia y embarrado.
Si, frente al espejo, puedo reconocerme en la destrucción. Y al instante, me veo, distinto, otro, el de hace un instante. Nuevo, aunque la garantía dejo de tener validez hace tiempo.
El próximo enero se cumplirán diez años del inicio de esta terapia.
Gritar en silencio. Escribir mi sermón, en mi desierto.
Tal vez, ayer, no era yo. Tal vez, nunca soy yo. Es otro el que ocupa mi lugar, el que teclea, el que siente dolor, alegría, tristeza, odio, melancolía.
Mientras yo, simplemente, sirvo de cascara, de funda, de recipiente.
Se acaba agosto y llega el mes que siempre, y desde siempre, ha marcado la catarsis, el cambio.
En el calendario romano, era el séptimo mes. El año comenzaba en marzo.
Con la aportación del calendario Juliano, paso a ocupar la novena posición.
En la iglesia católica, es el mes dedicado a los ángeles.
Ángeles que en cualquier momento, pueden ser demonios. Ángeles caídos.
Hubo 200 ángeles caídos. Yekun, Kesabel, Azazel, Shamsiel, Gadreel, Tamiel, Remiel, Azkeel, Agniel, Akibeel, Araziel...
Vuelvo a no ser yo. Alas blancas, alas negras.
He salido a por un café. Preparo la maleta, abro la ventana, extiendo las alas, y echo a volar. ¿Vienes?
Animo y suerte.

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