He visto a Venus. Ha sido una revelación, un remanso de paz. Ni el Gallo Jordi ha querido interrumpir el momento.
Rojos anaranjados en el candilazo del amanecer.
Arrebol. Que palabra tan bonita. Y Venus, ahí. Observándolo todo. Casi podría decir que, Venus, sonreía.
Sonreía a ese primer trotador de la mañana, al paseante con mascota, al que camina con el alma encogida, porque él o ella, no estarán a su vuelta.
A ese cuerpo tendido en la arena, que agotado por el cansancio o por la fiesta, no pudo más.
Los puestos del mercado, con sus sonidos. Barras de hierro chocando, vehículos abriendo y cerrando puertas.
Verduras, cazuelas, especias o pantalones y bañadores. En un rato los toldos se desplegarán y Venus, poco a poco, dejará el protagonismo al sol.
Los rojos, se tornaran en azules brillantes.
Venus me mira. Me enseña un nuevo inicio. A 40 millones de km, sonríe a todas esas minúsculas almas. Agotadas, doloridas, con los ojos húmedos por reír o llorar. Con la piel cansada, de caricias o de esfuerzo. Sonríe a esas miradas de espejo, llenas de preguntas y plagadas de respuestas, de sueños y de certezas.
En ese punto me encuentro, viendo la sonrisa de Venus.
¿Lo has visto hoy?
Tal vez, entre lágrimas.
Releo una de tus frases:
"Estás a un paso de baile hacia la otra no vida ..."
Venus sonríe, escuchando su música. Así será, por siempre.
Animo y suerte.
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