El otro día, se me ocurrió un ejercicio.
Una de esas 𝑪𝒂𝒓𝒕𝒂𝒔 𝒒𝒖𝒆 𝒏𝒖𝒏𝒄𝒂 𝒆𝒏𝒗𝒊𝒂𝒓𝒆́, pero, bidireccional.
Presuponer que en el mismo instante que el emisor está escribiendo esos párrafos, la persona, a quien van dirigidos, también está escribiendo.
Escribir en primera persona, para transmutarse en otro, no está resultando sencillo.
Solo recuerdos que, como a todos, nos asaltan. Y buscamos respuestas a lo que ocurrió, o creímos que ocurrió.
La fragilidad de la memoria, la sublimación de una relación o de un encuentro.
¿Realmente fue así? ¿Qué ocurrió para que se creara esa distancia?
Nunca llegamos a conocer a las personas.
Y cuando creemos conocerlas, viene la sorpresa, la decepción o el asombro. Expectativas que se hunden o incomprensión.
Hoy, hace aire. Al mediodía, quedará un día soleado y maravilloso.
Por la cristalera de la oficina entra una luz fantástica para este silencio. Barcelona, Bilbao, o San Lorenzo de Tormes.
Da igual lo lejos que estéis, os tengo cerquita, aquí al lado.
A unas pocas teclas.
¿Un café?
Animo y suerte.
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