lunes, 20 de febrero de 2023

𝘾𝙖𝙢𝙞𝙣𝙤 𝙖 𝙄́𝙩𝙖𝙘𝙖 (𝙓𝙄𝙓)

 


Ítaca, sigue ahí, allí, aquí.
Nos ha venido bien esta parada, que es un no parar.
Desde julio pasado que salimos de aquella ciudad, que creíamos nuestra, y nos refugiamos frente al mar, han pasado mucha cosas.
No hemos encontrado lestrigones, ni cíclopes, ni al salvaje Poseidón, como dice Kavafis en su poema. Hemos creado posibilidades, hemos aprendido a medir la ilusión y a ser más certeros con los planes.
Empezamos a conocer costumbres e incluso a practicarlas.
Aquí, se come antes. Se cierran las tiendas al mediodía y los bares y restaurantes, fuera de temporada, tienen horarios y días de apertura según la temperatura o las ganas del propietario.
No hay un idioma, ni una lengua. Son muchas y variadas. Da igual la hora del día o el lugar. Ruso, catalán, árabe, francés, alemán e incluso, algo de español, pueden escucharse en el "paseo de los ociosos", la zona orientada al este, la más concurrida.
Muchos extranjeros, que nos han hecho modificar ese calificativo. ¿Qué es un extranjero? ¿Quién no es extranjero?
Franceses o suecos que tras años de residir aquí, siguen teniendo como mayor problema, entender nuestra burocracia administrativa. Alemanes, que siguen yendo y viniendo a su país natal, para cumplir con sus propias burocracias y, así, poder mantener su mediterránea vida.
Parecía que el invierno, sería solitario y oscuro; pero en cuanto los rayos del sol aparecen o el viento deja de soplar, cientos de caracoles con gafas de sol, salen a la calle.
Tal vez, por ahora, la opción sea una casa de estilo mediterráneo, con más de 50 años, y esos torreones que nunca he entendido, pero que marcan el carácter de la zona.
Las distancias y el tiempo, como si una máquina especial se encargara de medirlas, han cambiado.
Estar a mil metros de la orilla del mar, empieza a ser una distancia de años luz. Para comprar el pan tardar más de tres minutos, ida y vuelta, o que comprar o reparar un electrodoméstico, se resuelva en menos de 48 horas, cosas de magia.
Empiezan a subirse persianas y las furgonetas de jardineros y personal de mantenimiento son los vehículos más habituales. La temporada se acerca.
Turistas. Cabezas rubias y sandalias con calcetines. Niños correteando a cualquier hora, carcajadas y chapoteos de piscina. Bicicletas, más, arriba y abajo.
Llega el mediodía. Sentarse en "el paseo de los ociosos", pedir un vermut y mientras te lo ponen, entrar en la carnicería.
Antes de cerrar, el propietario, te acercará tu compra a la mesa.
Un revuelto de setas y morcilla, mirando al mar.
También, esto, es Ítaca. El camino, sigue.

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