Y como esa cicatriz de la infancia que, cuando la rozamos, nos lleva a carreras, toboganes o ramas de árbol poco seguras; esa frase que nos faltó por decir, esa despedida, ese beso o ese roce de los dedos antes de decir adiós, nos encoge el alma y hay momentos en que escribiríamos esa carta, si, que no llegamos a enviar.
Hay personas, en mi caso muchas, de la que querría saber. ¿Cambió de trabajo? ¿Tiene familia? ¿Aquella enfermedad? ¿Cómo habrá sido su vida? ¿Siguió estudiando? y si, ¿se acordará de mi?.
¿Qué fue lo que nos distanció?
La distancia, una discusión, una mentira, la deslealtad, el desamor, una decisión, al fin, que rompe y rasga lo que hasta ese momento hubo.
Cartas que nunca enviaré.
Por si la herida se vuelve a abrir. Por si el ansia aparece. Por si la vida no les trató bien y no estuve ahí para ayudar. Porque es imposible enviarla a la tierra que acoge a esa persona; por si esa persona también tiene pendiente la frase, el roce, el beso o el abrazo.
Hoy te escribo de nuevo. Te escribo, por un recuerdo, por cada detalle que quedó sangrando.
Será otra carta que no enviaré.
Por las explicaciones que no nos dimos, por miedo, por vergüenza, o por no volver la vista atrás, por no darle la vuelta a la vida como a un calcetín.
Mi vida, más mía que nunca.
Cuídate mucho.
#100cafesbuscandoelmar
#100cafesmasconunputovirus
#100cafesy2000paracetamoles
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