¡Por fin!. Me ha tocado la lotería.
Nada, unos pocos millones.
Lástima de la prótesis; la cadera, hoy, molesta.
Haremos las maletas con tranquilidad.
El certificado de vacunación, la peluca nueva y que no se me olvide guardar la caja de puros.
Hago caso a quien me dice que lo mejor es una infusión al sol. Me he abrigado y aquí estoy, disfrutando.
No te molestes en llamarme para alegrarte conmigo de mi suerte, el teléfono se quedará en un cajón.
Y como no hay teléfono, no hay muro, ni IG, ni Whatsapp.
¡Cachis!. El Spotify. Ese me fastidia, pero... con la pasta que me ha tocado, igual me contrato un grupo y que me toque lo que yo quiera en cada momento.
Habrá que llamar a una empresa de mudanza para que podamos guardar todas nuestras cosas.
O mejor, ¡que le den!. Se queda todo aquí, ya iremos comprando lo que necesitemos en cada momento.
No hay maletas. Una bolsa cada uno. Documentos, los décimos de lotería, ya he dejado mensaje a mi Gestora del banco.
Extiendo el mapa sobre la mesa, y con los ojos cerrados, lo hago girar sin control. Me pongo de pie, doy varias vueltas a la mesa en plena ceguera, para desorientarme.
A tientas, y con el dedo índice estirado, marco un lugar.
¡Coño! pero si es en medio del océano. Ahí no hay nada. ¡Cáguen!
Y yo que me lo había montado de aventurero.
Espera, espera.
Parece que, ahí, hay un puntito.
¡Sí, si!
𝑻𝒓𝒊𝒔𝒕𝒂𝒏 𝒅𝒂 𝑪𝒖𝒏𝒉𝒂. ¡Anda!
Archipiélago británico del Atlántico Sur, ubicado a más de 2.800 kilómetros de Suráfrica.
¡Mola!
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No, no te lo creas. No he sido el afortunado ganador de la lotería, pero podría haberlo sido.
Aquella misma tarde, los nuevos millonarios ya tenían sus billetes para Ciudad del Cabo. Después de unos días de descanso comenzarían una travesía de 18 días en velero para recorrer la distancia que les separaba de 𝑬𝒅𝒊𝒎𝒃𝒖𝒓𝒈𝒐 𝒅𝒆 𝒍𝒐𝒔 𝑺𝒊𝒆𝒕𝒆 𝑴𝒂𝒓𝒆𝒔, capital de la isla más remota del mundo. Atravesarán niebla, fuertes vientos y, por consiguiente, grandes olas que son el pan de cada día de este trayecto.
A su llegada (si es que llegan) les esperaran los 250 habitantes de la isla con una fiesta de bienvenida o de salvamento.
Una vez ahí, el mapa volverá a girar y un inocente índice marcará el nuevo destino.
¿No hubiera sido mejor buscar otro sitio?
Al que no juega, no le toca.
Y si, mi teléfono está en el cajón y escribo lo que me da la gana.
Animo y suerte.
mueblescarton
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