𝐒𝐚𝐧𝐭𝐚 𝐏𝐚𝐜𝐢𝐞𝐧𝐜𝐢𝐚 (𝐕𝐈)
Los recuerdos Navideños en aquella casa están guardados muy al fondo de la memoria, tal vez era muy pequeño, o simplemente mi mente me juega alguna mala pasada y de tan especiales, los convierte en imaginados.
Algunos, en cambio, los conservo como recientes aunque han pasado muchos años.
La Navidad comenzaba cuando llegaba a casa el primer obsequio para mi padre. Habitualmente el 21, a veces, el 22.
Recibía muchos. De casas comerciales, de profesionales de su sector y de empresas con las que tenía relación laboral.
A partir de ese primer paquete, la maquinaria de la Navidad se ponía en marcha.
El árbol de Navidad plegable ocupaba su lugar encima del televisor. Una gran bandeja de turrones, polvorones, mantecados, peladillas y todo tipo de dulces navideños, se instalaba en la entrada. Al lado, un plato con monedas, para dar propina a los recaderos que subían aquellos diez tramos de escalera cargados con turrones, bebidas, frutas, agendas, calendarios y detalles de agradecimiento.
Bolas, espumillones y adornos, colgaban de las lámparas o sujetas con chinchetas del techo y de las paredes.
Pero faltaba algo.
El Belén. El día o la semana de montarlo. Era todo un despliegue de habilidades de mi madre, haciendo ríos de papel de plata, incluso quiero recordar que algún año el río llevo agua, de la de verdad.
Sacos de cortezas de arboles, y musgo fresco que mi padre se encargaba de ir a buscar.
El suelo de aquel "poblado", estaba hecho de papel de seda, verde. Tiras y tiras de papel, pegadas unas a otras, dejando el extremo suelto, para que al pasar la mano o un cepillo, se asemejara a un césped geométrico.
Las montañas y los valles, con papel de estraza. Una capa de cola de empapelar, o varias, para que al secarse la estructura se quedara rígida, y los pastores, las ovejas o incluso los Reyes y sus cabalgaduras no se precipitaran al vacío.
En la pared, un papel azul plagado de estrellas en cartulina plateada, creaba la noche del alumbramiento.
Si, y luces, muchas luces. Dentro de las casitas de corcho, en el palacio de Herodes, o en las hogueras de los pastores. Patos, pollos, ovejas, cerdos, bueyes. Todo tipo de animales.
Huertas, con zanahorias, lechugas y repollos de plastilina.
El portal fue primero de corcho, como casi todas las edificaciones, pero con el tiempo se convirtió en una gran cueva de color gris oscuro, que daba cabida a toda la sagrada familia, el asno, el buey y a todos los visitantes que desde el día de Nochebuena, hasta la mañana de Reyes, íbamos ayudando a recorrer de un extremo a otro del Belén en su viaje para ver al niño.
Había concurso de Belenes en el barrio y recibíamos muchas visitas curiosas. Mi madre esperaba las caras de asombro de los más pequeños cuando veían que el río plateado desaparecía en la pared y al observar detenidamente "parecía" que el "agua" continuaba más allá.
Era típico buscar la figurita del caganer, y el burrito que movía la cabeza, o el pescador en la orilla del río, con un pescado en el extremo de su caña.
Las tres figuritas de la Anunciación, o el hatillo de leña que llevaba otro de los vecinos del lugar hacia el portal y que cada año había que rehacer.
En el tocadiscos portátil, sonaban villancicos constantemente. El brasero, la mesa camilla, en la cocina algo rico cocinándose, un trozo de Torta Imperial en la boca y Raphael incansable dándole a su tambor.
𝐸𝑙 𝑐𝑎𝑚𝑖𝑛𝑜 𝑞𝑢𝑒 𝑙𝑙𝑒𝑣𝑎 𝑎 𝑏𝑒𝑙𝑒́𝑛
𝐵𝑎𝑗𝑎 𝘩𝑎𝑠𝑡𝑎 𝑒𝑙 𝑣𝑎𝑙𝑙𝑒 𝑞𝑢𝑒 𝑙𝑎 𝑛𝑖𝑒𝑣𝑒 𝑐𝑢𝑏𝑟𝑖𝑜́
𝐿𝑜𝑠 𝑝𝑎𝑠𝑡𝑜𝑟𝑐𝑖𝑙𝑙𝑜𝑠 𝑞𝑢𝑖𝑒𝑟𝑒𝑛 𝑣𝑒𝑟 𝑎 𝑠𝑢 𝑟𝑒𝑦,
𝐿𝑒 𝑡𝑟𝑎𝑒𝑛 𝑟𝑒𝑔𝑎𝑙𝑜𝑠 𝑒𝑛 𝑠𝑢 𝘩𝑢𝑚𝑖𝑙𝑑𝑒 𝑧𝑢𝑟𝑟𝑜́𝑛
𝐴𝑙 𝑟𝑒𝑑𝑒𝑛𝑡𝑜𝑟, 𝑎𝑙 𝑟𝑒𝑑𝑒𝑛𝑡𝑜𝑟.
𝐻𝑎 𝑛𝑎𝑐𝑖𝑑𝑜 𝑒𝑛 𝑢𝑛 𝑝𝑜𝑟𝑡𝑎𝑙 𝑑𝑒 𝑏𝑒𝑙𝑒́𝑛 𝑒𝑙 𝑛𝑖𝑛̃𝑜 𝑑𝑖𝑜𝑠.
𝑅𝑜𝑝𝑜𝑝𝑜𝑛 𝑝𝑜𝑛 𝑝𝑜𝑛 𝑟𝑜𝑝𝑜𝑝𝑜𝑛
Navidad.
(Continuará)
*Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia, o no.
𝐃𝐢𝐜𝐢𝐞𝐦𝐛𝐫𝐞 𝟐𝟎𝟐𝟏
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