Hacía días que no hablaba con C., mi otra "hija", desde que me adoptó.
Veo alguna de sus publicaciones. Ha estado pachucha, el trabajo bien, los estudios también. Sigue peleando, viviendo, me alegro.
No me atrevo a preguntar por sus demonios, aquellos que lo pintaban todo negro y paralizaban su vida.
Solo hemos cruzado unas frases, pero la noto animada, con ganas de seguir adelante, con un plan.
La lucha, seguro que continúa, los malditos demonios forman parte de nosotros y en ocasiones no nos queda más remedio que convivir con ellos. Conocerlos, para controlarlos, para usarlos en nuestro beneficio. Subirnos a sus hombros, para alcanzar el borde del pozo.
A veces, los demonios tienen nombre. Nombres que no por repetidos o conocidos, son más fáciles de entender o de combatir. Algunos de ellos, tienen nombres raros y que pronunciamos poco, por miedo, por vergüenza, por pudor.
Tengo un amigo, Javier, con el que he trabajado y viajado durante bastante tiempo. Le gusta comer, abundante y rico. Es un tipo que no se encoge, "echaopalante", buena gente, y gran profesional.
Y que yo sepa, tiene dos demonios (conocidos) con los que juega en muchas ocasiones. Uno de ellos, las salsas picantes.
Le encanta ir a un restaurante y pedir la salsa más picante que tengan, para una vez ha terminado su plato venido del mismísimo infierno, decir que no ha sido para tanto, con los ojos vidriosos y la boca torcida.
No se si el ejemplo hará más comprensible mi reflexión. Algo pica, pica mucho, los niveles de capsaicina rozan la locura, pero aún así los disfruta como si de una adicción se tratara. Un nivel más, hasta que los ojos se salen de las orbitas y las papilas gustativas se suicidan.
El demonio cocinando salsa picante, y pica, pero salgo victorioso.
El otro demonio, el queso. No me atrevería a decir cual es su predilecto, si el uno o el otro.
Todo lo que lleva queso, le sienta fatal. Sufre algún tipo de intolerancia a este producto pero le encanta, aun así, en todas las ocasiones en las que he compartido mesa con él y alguno de los platos que pedía llevaba queso, siempre lanzaba a quien nos atendía aquello de: "pero con doble de queso, por favor".
Al día siguiente, su aparato digestivo le pasaba factura, y de que manera. El demonio, poniendo doble de queso.
Javi, se comía el queso, pero pasaba una noche infernal. Su próxima pizza, seguirá llevando doble de queso, seguro.
Demonios que pican, que nos encantan, o que nos destrozan.
No, no todos los demonios son como los de Javi.
Hay que conocerlos, entenderlos, para luchar con ellos o contra ellos.
Un día, C. decidió seguir adelante y subirse a los hombros de sus demonios, para patearlos, para llegar más alto. Seguro que en alguno de sus bolsillos, hay queso, o salsa picante.
Aprendió que la victoria, a veces, es poder participar en la batalla del día siguiente.
Coge tus demonios, nos vamos a la calle.
Animo y suerte.
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