lunes, 7 de marzo de 2022

Camino a Ítaca (XIV)



Los pronósticos eran de nubes y lluvia. Nada más lejos de la realidad.
El sol salpica Santa Maria da Feira con su castillo, monumento nacional desde hace más de un siglo y los jardines de su quinta.
Camelias, secuoyas, hayas, cedros, hiedra, plátanos, una tuya gigante y arces japoneses, alcornoques, avellanos, limoneros, naranjos y robles, se mezclan como si hubiera una fiesta de árboles y arbustos. Un paseo cadencioso, para recoger ramas, flores y algún que otro membrillo.
Un lago y una extraña gruta, en la que se puede imaginar aquella princesa, muerta de amor por un caballero andante que nunca vendrá a su encuentro.
Pasamos por Ovar, camino del océano. Dejamos cientos de fachadas de azulejos y restos del carnaval para que las gaviotas nos guíen hasta Foradouro.
Otra vez, el bravo, el rugiente océano.
Llegamos tarde a comer y por ignorancia, y ganas de riesgo y aventura, acabamos tomando un arroz de tamboril en el que el susodicho no ha llegado ni se le espera, y en su lugar hay una fiesta de langostinos y tremendos trozos de surimi.
Llenos de arroz, volvemos a Costa Nova para el atardecer. Seguimos con ganas de más y continuamos la carretera hacia Vagos, Vagueira, hasta llegar a Mira.
Una imagen. Como si el mundo fuera otro, como si simplemente esa hamaca que cuelga al borde del lago, pudiera borrar todas las torpezas, toda la estupidez humana, aquí y ahora. No hay más.
La cena, magnífica, a los pies del faro. Y como no, volviendo a buscar el rugido de ese maravilloso océano.

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