martes, 22 de marzo de 2022

Cartas que nunca enviaré (XXVI)



Hola. ¿Todo bien?. Espero que cuando recibas estas líneas... (Que tontería, nunca las recibirás).
Da igual. Espero que la vida te quiera y tu sigas sintiendo ansia de comértela a dentelladas.
Por aquí, todo bien. Quejarme, viendo como está el panorama, sería vergonzoso.
Es martes y sigue lloviendo. Tengo ganas de que empiece a hacer calor, pero a la vez me apetece coger un paraguas y salir a la calle.
¿Sabes? Cada día camino más despacio. Puede ser que las articulaciones se hayan vuelto más lentas, pero también puede que mis neuronas necesiten procesar más despacio.
Sigo mirando los edificios buscando las azoteas. Que palabra tan bonita. Azotea.
Mirarlas desde abajo, imaginando la visión desde arriba.
Los tejados planos, sin sombrero. Al descubierto, sin miedo. Una mesa, unas sillas, o simplemente un tiesto con una planta.
Son como islas voladoras.
Las gotas de lluvia, cada vez con menos insistencia, golpean el paraguas.
Creo que llevo una gabardina de color caqui, tipo militar. Y sombrero. Si, llevo uno de esos sombreros reversibles para la lluvia, en el mismo color.
La acera mojada, y algún coche circulando tan lento como yo. Me giro y vuelvo a mirar el último edificio. La mano que sujeta el paraguas está fría.
Veo tu cara, tus ojos, tras el cristal. Casi levanto mi mano izquierda para saludarte.
No, no eras tu.
Un perro, suelto, levanta una pata y deja su marca. Nadie lo sigue, nadie andaba delante de él.
Martes. Que día más tonto. Ni fu, ni fa. No tiene el cabreo del lunes, el de la vuelta a lo cotidiano, al colegio, al trabajo. Ni la alegría contenida del viernes con el fin de semana a la vista.
No es el centro de nada, como el miércoles. Ni tampoco es la antesala de la alegría y de la esperanza del jueves.
Martes, pobre, habría que dedicarle un poema, o algo. Es el mejor día para el olvido, para quedar con alguien y llegar tarde. Para establecer propósitos y no cumplirlos. Para pasear sin amo, para una despedida, para un funeral, para acabar un lunes.
Igual que aquel día, martes, sigo buscando azoteas para de pronto darme cuenta de que tras el cristal, me miras. Llevo la gabardina caqui, llueve, levanto mi mano izquierda y me despido de ti. Siempre, martes.

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