jueves, 3 de marzo de 2022

Miedo al miedo

 


A veces es necesario caminar. En silencio, intentando atenuar cualquier sonido que nos rodee.
Buscar esas ventanas de los edificios, por encima de los locales comerciales, dejando que la mirada lentamente llegue a las cornisas de los tejados y el cielo azul.
Lentamente, un paso, otro y otro más. Esquivando baldosas, en la acera, que no aceptaron el equilibrio y decidieron saltar de la uniformidad.
Automóviles, furgonetas de reparto, camiones, autobuses, incluso coches de policía o ambulancias, enmudecen. Solo algunas luces parpadeantes demuestran la urgencia, pero a cámara lenta, como mis pasos.
Una papelera, llena a rebosar, quiere vomitar su inmundicia. Un niño, se suelta de la mano de la seguridad y el orden, tropieza y cae. Solo sus gestos y su cara, demuestran el susto, el dolor de la caída.
Perros olisqueando la postiza hierba, tiran de las correas paseando a sus mascotas.
No hay corrillos, no hay grupos de personas. Tal vez dos o tres, más o menos juntas, esperando la luz verde al borde de la marea.
Solo un murmullo, tenue, cada vez más tenue.
Ha refrescado. El sol, casi primaveral, miente.
Intento pisar solo sobre las rayas blancas, seguro que es lo correcto. Me cruzo con alguien que, torpemente, hace equilibrios paso a paso intentado lo contrario, no pisarlas.
Una joven me adelanta con disfraz deportivo, mientras suelta bocanadas de humo y mueve los labios, como si hablara por su teléfono móvil.
Nada, ya no se oye nada.
Jardines, camino de tierra y graba insertado entre setos; una marquesina con una pareja de ancianos, congelados como una escultura urbana. El anuncio de una película por estrenar, otra persona, animal o cosa.
Y la mirada vaga a derecha e izquierda, arriba, abajo, paso a paso.
Caminar lentamente, dejando que todo fluya a nuestro alrededor, aislarse de su velocidad, de las miradas de otros, de las voces de otros.
Ese silencio, como el de ahora mismo, anterior a la sensación de miedo al miedo. Hasta ahí.
¿Un café?
Animo y suerte.

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