domingo, 6 de marzo de 2022

Camino a Ítaca (XIII)

 


Ha vuelto a ocurrir.
De este a oeste, sin importarle quien arrasa ciudades o si los cadáveres yacen en las calles.
Un sabor agridulce que no nota.
Sube hasta los más alto, peleando con las nubes para contraponerse a su indolente amor, haciendo que la marea descienda y su calor nos reconforte.
No he querido ver como te levantas. Se que estas ahí, entras por los ventanales y lo inundas todo. No, no quiero llorar.
Ahora, mientras leo las noticias y escribo en mi camino a Ítaca, me gustaría que todo fuera una gran mentira, como los duelos al amanecer del antiguo oeste.
Una película de alto presupuesto en la que miles de extras recorren campos anegados por las bombas. Otra gran mentira como que Disney está congelado, o que la ensaladilla rusa viene de allí, o que Francia es el origen de la tortilla francesa.
Quiero que sea mentira, para poderte mirar cuando amaneces y cuando te escondes, sin vergüenza de mi especie y de mi mismo.
Quiero una mentira, solo una; para salir a la calle y respirar profundamente sintiéndome frágil por mi propia vida por mi existencia, sin sentirme amenazado.
Quiero equivocarme, quiero tropezar, sin que nadie me confunda o me empuje.
Quiero sentir mi mirada limpia, quiero que el odio no se me enganche en la boca del estómago.
Entre las cortinas, imagino a las gaviotas y flamencos buscando su desayuno.
Seguiré caminando, con rabia, con odio, pensando en ese duelo al sol y en que una bala o un derrame cerebral, tal vez, acabara con todo.

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