martes, 15 de marzo de 2022

Camino a Ítaca (XV)



Los pájaros estaban de charla desde muy temprano.
He supuesto que, tal vez, Mirlo ya hubiera llegado y estaría revolucionando los corrillos con sus aventuras.
No. El cielo neblinoso. Los pájaros extrañamente inmóviles. Unos en la chimeneas del edificio de enfrente, otros, en los poyetes y los salientes de las ventanas.
Parecían allí dispuestos como objetos decorativos de la Junta Municipal, o como attrezzo de una secuela de alguna película de Hitchcock.
Ahora, guardaban silencio. Algún movimiento de sus cabezas mirando extrañados alrededor. Aleteos inquietos, pero sin moverse del sitio.
Yo mismo me he sentido extraño paseando por la terraza. El cielo, gris amarillento. Puede ser la calima que ayer había en el sur.
He construido en mi mente, en unos segundos, un entorno inquietante.
No me había dado cuenta. Los ventanales están salpicados de churretones de barro de la lluvia de ayer.
El suelo de la terraza tiene el color desvaído, muy mate.
No hablan, siguen callados. Observan. Unos pequeños saltos. Un picado desde la chimenea a la pérgola de la terraza del piso inferior y vuelta a su posición.
Hoy comenzamos oficialmente el proceso de duelo. Ayer, con unas copas de vino, la nostalgia se notaba pero también llena de alegría.
Ahora habrá que hacer cajas, preparar el destino. En unos meses, habrá un trío incansable correteando por el salón, persiguiéndose de un lado a otro. Cumpleaños, amigos, fiestas, reuniones, sobresalientes y algún notable. Sonrisas y si, también alguna lágrima.
La casa cambiará de tonalidad.
Ayer, antes de ir a dormir, le pedí a estas paredes que los acoja con cariño, que les de calor, tanto o más del que nos dio a nosotros.
He puesto unos frutos secos en el banco de fuera. Los pájaros, vuelven a charlar y la bruma en algún momento se irá.
Mirlo, sobre la barandilla, me mira y mueve la cabeza.
Vuelvo a escuchar la frase de ayer.
¿Estamos todos seguros?
Y Mirlo me dice:
𝗔 𝗻𝗮𝗱𝗮 𝗹𝗲 𝘁𝗲𝗻𝗴𝗼 𝗺𝗶𝗲𝗱𝗼. 𝗔 𝗻𝗮𝗱𝗮 𝗹𝗲 𝘁𝗲𝗻𝗴𝗼 𝗳𝗲.
Y yo contesto:
𝑵𝒊 𝒂 𝒍𝒐𝒔 𝒍𝒆𝒔𝒕𝒓𝒊𝒈𝒐𝒏𝒆𝒔 𝒏𝒊 𝒂 𝒍𝒐𝒔 𝒄𝒊́𝒄𝒍𝒐𝒑𝒆𝒔
𝒏𝒊 𝒂𝒍 𝒔𝒂𝒍𝒗𝒂𝒋𝒆 𝑷𝒐𝒔𝒆𝒊𝒅𝒐́𝒏 𝒆𝒏𝒄𝒐𝒏𝒕𝒓𝒂𝒓𝒂́𝒔,
𝒔𝒊 𝒏𝒐 𝒍𝒐𝒔 𝒍𝒍𝒆𝒗𝒂𝒔 𝒅𝒆𝒏𝒕𝒓𝒐 𝒅𝒆 𝒕𝒖 𝒂𝒍𝒎𝒂,
𝒔𝒊 𝒏𝒐 𝒍𝒐𝒔 𝒚𝒆𝒓𝒈𝒖𝒆 𝒕𝒖 𝒂𝒍𝒎𝒂 𝒂𝒏𝒕𝒆 𝒕𝒊.

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