En la terraza hay un olivo.
Siempre he pensado que, cualquier día, saldrá de su maceta y se irá, harto de ver siempre el mismo paisaje, para echar raíces en otro lugar más amplio y sin las limitaciones de su macetón.
Ha dado frutos, muchas veces. Los he visto, pero igual que aparecen, desaparecen y en el suelo aparecen esqueletos de oliva que los mirlos y otros pájaros se han comido.
Isi, cuando está en casa, disfruta de una visión privilegiada de todos los visitantes voladores. Dicen que eso, la relaja. No sé, no creo. Si pudiera, dejaría salir su instinto cazador e intentaría que perdieran plumas o algo más, seguro.
El otro día, un gorrión y un mirlo de pico amarillo intenso se permitieron varios paseos, picoteando huesos y migas.
Tras eso, deje en un pequeño cuenco unos granos de maíz tostado.
Me olvidé del tema pero cuando lo recordé el cuenco estaba vacío.
Hoy, una vez he vuelto a la vida con el amanecer, he rellenado el comedero improvisado y he conseguido ver fugazmente a mis vecinos tomando su desayuno.
Disimulan recorriendo el poyete que da a la fachada. De ahí, saltan al brazo del banco de madera y una vez tienen el objetivo al alcance de su pico, se lanzan a comer, controlándome de vez en cuando.
Tengo ganas de que Mirlo vuelva. Nuestras conversaciones, silenciosas, creo que nos hacen bien.
Blanki, me dice que estoy mayor. Ella emplea otro termino. Se lo disculpo. Sangre de mi sangre.
- ¿Les pones de comer a los pájaros, XXXXXXXX?
Cree que eso, solo lo hacen los señores "mayores".
Lástima que no conozca aquella cantinela que, seguro, muchos recuerdan del final de "Hombre blanco" de Ilegales, o más rural, en boca de La Charanga del tío Honorio en "Ay, cordera".
Joooooer. Va a resultar que Blanki tiene razón.
Salgo de nuevo a la terraza. Relleno el cuenco, esta vez, con pipas de girasol.
Añoro a Mirlo.
Cualquier día, el olivo, sale corriendo. Y yo, también.
Animo y suerte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario