Si, soy de lágrima fácil. O mejor, mis lacrimales son los semáforos de mi sentimiento justiciero y de tanta injusticia que veo y leo, al final, lloro a cada rato. Llevaría muy mal lo de la sombra de ojos (con lo que me gustaba hace años).
Debería dejar de leer, o de ver.., para no sentir.
De vez en cuando, se cruza en mi alcance visual algún video del reality del Juez Frank Caprio (te recomiendo que, alguna vez, lo veas).
Imparte justicia en Providence, Rhode Island, en juicios televisados. Tiene 85 años y bastante sentido común. No digo que, a veces, no se les vaya la mano en exprimir la situación, pero el buen Juez imparte justicia salomónica y suele saber diferenciar entre el error y la infracción.
Ayer, juzgaba a un anciano de 96 años que había sido llevado ante la corte por conducir "rápido" en una zona escolar.
Aquel anciano explicaba, lo mejor que podía, que con su edad no conducía rápido. Solo conducía cuando era imprescindible. Llevaba a su hijo de 63 años, minusválido y con cáncer, a realizar unas analíticas de sangre cada dos semanas.
"Usted es un buen hombre". A partir de ahí el caso quedo desestimado.
Dos minutos después, leo la noticia de una persona de 84 años, muerta por hipotermia en París, hace unas semanas.
Nueve horas en una acera, a consecuencia de una caída, sin que nadie le prestara ayuda.
Salió a pasear y tropezó.
Otro hombre, un sin hogar, alertó a los bomberos a las 6:30 de la mañana.
René Robert, así se llamaba el fallecido. Era un reconocido fotógrafo de flamenco y flamencos, publicidad, moda. Únicamente por eso, sabemos quien era.
Asesinado por la indiferencia.
Me he emocionado con el Juez Caprio, he llorado con René.
¿Cómo hemos llegado a esto?
He recordado otro tropezón, con el mismo funesto resultado.
Ni la justicia divina sirve para los tropezones.
¿Me deja usted un rato su sillón, Sr. Juez?
Animo y suerte
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