Miserables.
Ahí está la palabra.
Un buen amigo, más que decirla, la escupe en una de sus publicaciones.
Siento su impotencia, su rabia, su enfado.
El, especialmente, podría utilizar cualquier tipo de insulto. Porque puede, porque sabe de que habla. Porque está en la batalla desde que todo empezó.
Porque no ha tirado la toalla, por muchas ganas que tenga de hacerlo.
Porque sigue ayudando a quien se agarra a su brazo al no poder respirar, porque comprende las lágrimas de alguien ante una prueba positiva, porque ve como el numero de camas se reduce y tal vez mañana tampoco queden sillones de terapia rápida para atender a un nuevo infectado.
Miserables que aplauden y golpean cacerolas, que no entienden que pueden ser parte del problema, que de hecho lo son.
Mezquindades que tienen precio. Unos cientos de muertos, solo.
Mi amigo, se reprime. Llama miserables a quienes "salvan la Navidad". Una Navidad que otros han pasado en tanatorios o en duelos.
Mi amigo, es buena gente, es gente buena. Pero se le nota la hartura, el cansancio.
No me extrañaría que cualquier día, mi amigo, te mande a la mierda. Ese lugar en el que los miserables y los mezquinos suelen sentirse cómodos.
Te lo habrá notado en la mirada, en la actitud, eres uno de ellos.
Pero seguirá preocupado de tu saturación, de tu miedo a morir, de que no puedes respirar y te ayudará y cuidará para que sigas reptando en tu mierda, para que una vez "curado", puedas volver a ser un miserable que "salva" la Navidad.
Todo tiene un precio ¿verdad?
Esta vez, han sido unos cientos de muertos. Solo muertos.
Maravillosa Navidad.
Animo y suerte.
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