Viajando al pasado, hace más de 500 millones de años, todos los animales pluricelulares eran asimétricos o radiales. Vivian en el fondo del mar o se dejaban llevar por las corrientes.
Hubo algunos que decidieron moverse por su cuenta y pasaron de ser redondos a alargarse. Pero esto no fue de un día para otro, sino que pasaron generaciones y generaciones.
Consiguieron una "frente" y como les convenía disponer ahí de su boca y sus primitivos ojos, se agruparon ahí. Las células nerviosas decidieron colocarse también en aquel lugar. ¡Anda! el cerebro.
La "cefalización".
Pero cuidado, tenían boca, pero no “puerta trasera”, así que comían y excretaban por el mismo orificio. Muy parecido a lo que les pasa a algunos en nuestros días.
Millones de años después, en el Cámbrico, ya la cosa se organizó un poco. Aparecieron los primeros animales con espina dorsal y como si fuera ayer (hace solo 390 millones de años) pudieron respirar fuera del agua y sus aletas les sirvieron para moverse por el lodo.
Llegaron los tetrápodos, los dimetrodontes y los terápsidos.
Por fin, los cinodontes que podían comer y respirar al mismo tiempo. Y de ellos llegaron los mamíferos, o sea, nosotros.
Más de 250 millones de años, para diferenciar la boca del ano, para caminar erguidos y para declararnos seres superiores.
Pero, cuidado, hace 66 millones de años hubo una extinción masiva de las tres cuartas partes de las especies de plantas y animales de la Tierra.
Si esa extinción no se hubiera producido ¿estaríamos aquí?
Zenón de Citio, fundador de la escuela estoica ya estableció que tener dos orejas y una sola boca, permitía oír más y hablar menos.
Y como es bien sabido, por la boca muere el pez.
Si, casi mejor, me callo.
Animo y suerte.
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